domingo, 28 de abril de 2013

¡Hijos Nuestros!

El siguiente es un texto de Eduardo Sacheri, extraído de la Revista "El Gráfico" de julio de 2011.

Creo que todos los futboleros nos hemos preguntado, más de una vez, por el origen y el tamaño del cariño que le tenemos al equipo del que somos hinchas. Por qué semejante profundidad. Por qué semejante constancia.

¿Cómo se puede querer así a un equipo de fútbol? ¿Qué resortes, qué recovecos del alma se ponen en juego como para que uno pueda sufrir así, gozar así, emocionarse de ese modo por una simple camiseta?

¿Existe algún otro terreno de nuestras vidas en el que amemos con semejante lealtad, con una constancia comparable? 

Muchas veces he escuchado a mis amigos, a mis conocidos, o a ilustres desconocidos, comparar el amor por el equipo con el amor que se puede sentir por una mujer. Y en la comparación, casi siempre el amor por una mujer sale perdiendo. No tiene la misma constancia, ni el mismo desinterés, ni la misma entrega, ni la misma disposición al sacrificio. Mil veces he escuchado el comentario: “Yo cambié no sé cuántas veces de mujer. Pero de equipo, jamás en la vida”. 

Si el amor por nuestro equipo no se puede comparar por el que le profesamos a una mujer… ¿Vale en cambio compararlo con el que sentimos por un padre, o una madre? Creo que tampoco es el caso. El amor de nuestros viejos es algo con lo que contamos. Los más afortunados de nosotros, claro. No es un amor que cultivemos. No es un amor que nos exija sacrificios. Es un amor que damos por sentado, y en el que nos instalamos para ser mimados, queridos, abrigados, nutridos.

Y el amor por nuestro equipo no es de esa naturaleza. Nada que ver. Nuestro amor futbolero es puro sacrificio, de hecho. No sé cómo viven esto los hinchas de equipos que ganan siempre o casi siempre. No sé cómo lo vive un hincha del Real Madrid, o del Barcelona. Pero para la mayoría de los mortales, el amor al club nos reporta muchísimos sinsabores, derrotas, frustraciones, vanas esperanzas, brutales desilusiones. Alegrías también, triunfos inolvidables. Pero… ¿cuántos de unos y cuántos de los otros? Apelo a la sinceridad de los lectores. ¿Cuántos garrones nos hemos tenido que comer por nuestros equipos? ¿Cuántas veces hemos tenido que poner el pecho a las malas? O yo tengo una tarde especialmente pesimista mientras escribo esta columna, o tiendo a pensar que han sido muchas veces. Demasiadas veces. Y sin embargo, aquí estoy. Aquí estamos. Dispuestos siempre a seguir queriendo. 

Por eso, por esa constancia inmune a las derrotas, se me ocurre que el amor que sentimos por nuestro equipo se parece al que sentimos por nuestros hijos. Los que tenemos la suerte de tenerlos, claro. Los que tenemos la suerte de adorarlos, por supuesto.

Con nuestras mujeres, el amor puede permanecer o evaporarse. El de nuestros padres, lo damos por descontado. Pero el que les damos a nuestros hijos es un amor hecho de esfuerzo y de sacrificio, de desvelo y de perseverancia. 

En la soledad de nuestros insomnios, nos preocupamos por nuestros hijos desde que se revuelven en la cuna hasta que tienen veinte años y fantaseamos con escuchar, en el silencio de la madrugada, el ruido de sus llaves en la cerradura como señal de que vuelven sanos y salvos. O hasta que tienen cuarenta, y nos inquieta escucharlos toser en el teléfono. Son nuestros hijos para siempre. Desde que los vimos por primera vez hasta que los veamos por última. 

Podemos pensar, tenemos derecho a pensar –ejercemos ese derecho- que nuestros hijos tienen defectos. Cosas que no nos gustan. Aspectos que deberían pulir. Características que nos revuelven las tripas y nos dan ganas de reclamarles levantando el dedito admonitorio. Pero nosotros. Nadie más. Quiero decir: nosotros como padres nos sentimos en el derecho de hacer la nómina brutal de todos los defectos de nuestros hijos. Pero ¡guai de aquel mortal que se atreva a señalar algo malo en nuestras criaturas! Nuestra ira se desatará sobre la humanidad de esos ingratos que se atrevan a criticar a nuestros niños, sobre el polvo de sus huesos y sobre la memoria de sus descendientes.
Uno puede pensar que tiene una hija dientuda o un hijo vago, una hija impuntual o un hijo lerdo. Pero si alguien se atreve a confirmárnoslo… ¡sáquenme a ese blasfemo de acá, sáquenmelo de acá o me como sus vísceras! 

Y con nuestro equipo del alma… ¿acaso somos distintos? Uno puede ver jugar al equipo de sus amores y concluir que lo mejor que puede pasar con esos jugadores es que los vendan pronto a algún equipo de Siberia o de Marte. O que se retiren en masa. Que no tienen ni idea de cómo jugar al fútbol. O que el técnico haría bien en colgar los botines (o el pizarrón) y dedicarse a enseñar origami en un club de jubilados del conurbano. O que los dirigentes son una manga de ladrones y de corruptos que tendrían que estar en la cárcel. 

Pero cuidado: esas son cosas que puede pensar UNO MISMO. Que nadie que sea hincha de otro cuadro se atreva a decir cosas parecidas. Porque uno, de su cuadro (como de sus hijos), tiene el derecho a decir y pensar lo que quiera. Pero es un derecho intransferible. Como dice el viejo dicho de que “los trapitos sucios se lavan en casa”. Nada más cierto. Del mismo modo que uno, frente al capricho de un hijo que se arroja al piso en la vereda al grito de “quiero un helado”, pone cara de paciente contención y le dice a la criatura “te pido que te pongas de pie y dejes de hacer un escándalo”, aunque en el mismo momento esté pensando “qué ganas tengo de levantarte de un reverendo voleo en el trasero, mocoso caprichoso”. 

Del mismo modo, digo, si un extranjero (es decir, un hincha de otro cuadro) osa proferir algún concepto que denigre a nuestra institución, uno se convierte de inmediato en una estatua de hielo, o en una tormenta de fuego, según el temperamento de cada cual. Pero no vamos a dejar así las cosas. No vamos a consentir que se mancille así el nombre de nuestros colores.

No vamos a permitir que se dude de la calidad de nuestros jugadores, ni de la integridad de nuestros dirigentes, ni de la capacidad de nuestro entrenador, ni de la belleza de nuestro estadio. En casita, en nuestro interior, bien podemos considerar, como dije antes, que nuestros jugadores son horribles, nuestro entrenador inepto, nuestros dirigentes ladrones, y nuestro estadio un rancho miserable. Pero sólo en casita, señores míos. Sólo puertas para adentro. Sólo en el seno de la familia.

Y ni siquiera en la familia, ahora que lo pienso un poco. ¿Cuántas veces uno ve, en la tribuna, cómo se arma una trifulca entre hinchas del mismo cuadro, porque alguno no se aguanta los insultos del vecino de platea? Y no importa que el ofendido se haya pasado la última media hora diciendo cosas parecidas a las que ahora lo encolerizan, dichas por su vecino. No importa. Lo único que importa es que “nadie-más-que-yo” tiene derecho a decirles a estos imbéciles pataduras que lo son. Del mismo modo que es el único que puede decirle a su hijo que no se coma los mocos, o a su hija que si sigue usando esas polleritas todo el mundo va a considerarla una casquivana. 

Es por eso, entre otras cosas, que jamás inicio una burla fubolera. Yo sé que, para muchos de nosotros, cargar a los hinchas de otros equipos es parte del “folclore”. Pero no para mí. Yo sé lo que se sufre cuando te critican a tu cuadro. Porque sé lo que se siente cuando alguien se queja de tus hijos. La ciega determinación de defenderlos, más allá de razones y argumentos. Defenderlos a partir de un amor inclaudicable, que te viene desde lo más profundo. Un amor del cual no das razones, porque en el fondo tampoco te pedís razones a vos mismo para sentir de ese modo. Con tus hijos y con ese otro hijo que es tu equipo de fútbol.

No sé si está bien o está mal. Pero así es como funciona.

lunes, 28 de enero de 2013

"Dos Mundiales y un País de Fantasía" - E. Sacheri

Hoy ando con ganas de escribir una ficción, aunque no la tengo fácil. ay ocasiones en que las historias se te ocurren enteritas, de principio a fin, y el escritor lo único que tiene que hacer es dejarse llevar y poner en palabras las imágenes que le han surgido, encadenadas, dentro de sí. Pero otras veces pasa esto: uno tiene algunas imágenes, pero no todas. Entre ellas quedan huecos o mejor dicho, silencios. Eslabones vacíos. Y da mucho trabajo llenarlos. Encontrar el cemento que los aglutine, que les dé coherencia, cuerpo y entidad. 

Lo que puedo hacer, por el momento, es compartir con ustedes los elementos que sí tengo. Los materiales y las imágenes de las que sí dispongo. 

Imagino esta historia en 1982, en algún país de América del Sur. Tiene que ser de América del Sur porque ese país de fantasía tiene que estar gobernado por una dictadura militar. Y en América del Sur, a principios de los ochenta, esas dictaduras abundan. Y otro requisito de esta ficción que quiero construir es que se trate de un país futbolero, pero muy futbolero. Y 1982 fue un año de campeonato mundial. Y la ficción que tengo en mente incluye, de modo lateral o no tanto, al fútbol.

La cosa es así: este país sudamericano y futbolero se dispone a disputar el Mundial de España, que empieza en junio de 1982. La opinión pública, que no es nadie pero al mismo tiempo son casi todos, abriga muy firmes esperanzas de hacer un estupendo papel en ese campeonato. No son esperanzas infundadas: ese país viene de ganar, en 1978, el Mundial anterior, y en 1979, el Mundial Juvenil. Las perspectivas son estupendas: la base de los campeones del 78 sumados a los pibes del 79. Y entre esos pibes, juega el que –según unos cuantos- está destinado a convertirse en el mejor jugador de fútbol de la historia. En síntesis, la amalgama perfecta entre logros y expectativas, entre experiencia y juventud, entre solidez y lozanía. El alfa y el omega, el ying y el yang, el “nos comemos los chicos crudos” y el “ganamos la copa de punta a punta”.

Sin embargo, algo sucede en ese país de fantasía apenas unos meses antes de la hazaña inminente. El gobierno–ya dije que este país sudamericano que imagino está gobernado por una dictadura- lanza una acción militar para recuperar un territorio colonial que ese país viene reclamando desde hace mucho. Acá tengo mis dudas, con lo del territorio. No estoy seguro de dónde situarlo. Podría ser una región selvática y tropical, digamos, amazónica. Ahí da para hablar de mosquitos ponzoñosos, de un calor húmedo e insoportable, de una naturaleza hostil e intimidante. Otra opción serían sus antípodas: una región fría, helada, insular, aislada en medio del mar o del vacío. También aquí la naturaleza puede aportar una dosis de dolor y de tragedia. Creo que esta opción es la mejor. La del sur, la de unas islas frías en medio del océano. Porque, en cierto momento de esta ficción que quiero construir, necesito remarcar la sensación de soledad de los que están en ese territorio. Sí, definitivamente me quedo con las islas australes. Son un estupendo elemento trágico.

De todas maneras, elementos trágicos no me faltan. Diría que me sobran. Para poner las cosas difíciles, la reconquista territorial se hace a expensas de una potencia colonial de primer orden. Pongamos por caso, Inglaterra. Una Inglaterra gobernada por los conservadores. Esos son datos importantes. Porque si fuera un país menos colonialista, o un partido político menos colonialista, tal vez los sudamericanos tendrían una chance de salirse con la suya. De conservar ese territorio recuperado. Pero no con Inglaterra, ni con los conservadores ingleses. Porque Inglaterra va a responder a la invasión con la guerra. Ahí ya tenemos un elemento trágico importante. ¿Hay algo más trágico que una guerra? 

Pero cuidado, que existen todavía más elementos para alimentar el costado trágico de la ficción. Porque este país sudamericano enviará al lugar del conflicto, un ejército formado fundamentalmente, por chicos. Habrá algunos soldados profesionales. Pero la mayoría, no. La mayoría serán chicos de dieciocho o diecinueve años. Saquemos cuentas. Serán de la clase 1962 y 1963. Chicos que son eso: chicos sin experiencia militar, chicos sin vocación de soldados, sin preparación de tales. Chicos.

Repasemos los elementos: un lugar frío, lejano y hostil. Una potencia vengadora con deseos de guerra. Un ejército de chicos que no son soldados. Tal vez se me está yendo la mano con esto de la ficción. Tal vez nadie crea posible una historia semejante. ¿Qué sociedad puede estar dispuesta a embarcarse en una aventura así?

Agreguemos algunos detalles. En este país de fantasía, el gobierno militar controla los medios de comunicación. Y aquellos medios a los que no controla, se controlan solos. Se cuidan de decir cosas que molesten al régimen. Entonces la improvisación presidencial no es improvisación sino “un plan largamente elaborado”. Y la aventura de recuperar las islas no es una aventura sino “una gesta heroica”. Y la certeza de que los ingleses van a pulverizar a ese ejército de chicos es una mentira, una vil patraña. Como mentira será la muerte, mentira serán el hambre, el frío, el maltrato y el armamento obsoleto e insuficiente. Dios es nuestro. Dios está con nosotros. Nada malo puede ocurrirnos. 

Vuelvo a detenerme. Releo lo que he escrito y sí, la verdad es que se me fue la mano. Es demasiado inverosímil que un gobierno militar lleve adelante una historia como esta. Es delirante. Supongamos por un instante que no. Que hay personas lo suficientemente enloquecidas o insensibles como para intentar algo así. Pero está el freno de la sociedad. ¿Qué sociedad podría acompañar una locura semejante? Más allá de lo que digan los diarios, las radios, la tele o las revistas. ¿En qué cabeza cabe pelear una guerra contra Inglaterra con un ejército de chicos? Supongo que este debería ser el límite de la ficción que estoy construyendo. Hasta acá puedo inventar esta locura. Más allá, no puedo seguir inventando. Porque sería imposible que la sociedad, o buena parte de ella, se comiera ese caramelito ácido de mentiras y falseamientos y exageraciones e improvisaciones atadas con alambre. 

Entonces, claro, lo lógico es que la sociedad se mantenga al margen. No puede oponerse abiertamente, porque se trata de una dictadura sangrienta. Pero la población de este país sudamericano, sin dudar manifiesta su oposición a esta locura vaciando las plazas, arriando las banderas, desoyendo las marchas militares. Si este es un país de gente sana, esa gente se refugia en sus casas para evitar aparecer como cómplices de la aventura.

Pero detengámonos un momento. ¿Qué ocurriría si eso no sucede? ¿Qué pasaría, en esta historia de ficción, si la hipotética población de mi hipotético país se entusiasmara hasta el paroxismo con la aventura? No digo todo el mundo, porque siempre quedan personas razonables que podrán condenar lo que sucede con su reconcentrado silencio. Digo la mayoría. Yo sé que es imposible, pero le pido al lector que me acompañe por un rato en esta fantasía. Porque, aunque humanamente esa posibilidad sería terrible, para la historia de ficción que me propongo escribir estaría buenísimo.

Imagínense. Las plazas rebosantes de manifestantes entusiastas que agitan banderas y vivan al osado general aventurero. Los voluntarios que se agolpan para ir a pelear. Los optimistas que se acercan a cualquier micrófono o cámara disponible para felicitar al gobierno. ¿Se imaginan? Una sociedad que, de buenas a primeras, y mientras espera el mundial de fútbol de España, cambia momentáneamente un deporte por otro. Deja de hablar de delanteros y mediocampistas y se convierte en especialista sobre misiles Exocet y negociaciones en las Naciones Unidas. Deja de analizar los rivales del grupo C de la Copa para analizar las chances de un desembarco inglés y la conveniencia de aproximarse al bloque de Países No Alineados. Una sociedad que deja –por unos días- de enfurecerse porque el periodismo internacional no es unánime en considerarnos los futuros campeones, para indignarse por el no cumplimiento del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca. Ya sé –repito- que es imposible que un pueblo casi entero se comporte así. Pero les pido que me acompañen en la hipótesis. 

En esta historia de fantasía, un mes y medio antes del mundial empieza la guerra. Y ahí se va el país detrás, encolumnado. No digo el ejército de pibes, que ya está en ese sitio, y no tiene para dónde escapar de los tiros. Digo la sociedad que los ha enviado. ¿Será posible inventar una sociedad que, enceguecida, se crea a pies juntillas todas las barbaridades ilusorias que le cuentan? Una sociedad que empiece a computar aviones derribados y barcos hundidos como si fueran goles de ese mundial inminente. Una sociedad capaz de borrar de un plumazo la noticia brutal de un crucero propio que se hunde y que se lleva consigo a 323 compatriotas al fondo del mar. Una sociedad que se detiene, cada día, varias veces, cuando en la tele aparece el escudo y la voz en cadena nacional de los comunicados del Estado Mayor Conjunto. Una sociedad que toma lápiz y papel y anota, como en el juego de la batalla naval: A4, agua. F8, hundido. Una sociedad que todos los días se va a dormir cándidamente convencida de que “estamos ganando”.

Para completar la historia, en un momento deben confluir los dos Mundiales, el del Sur y el de España. Se me corregirá que no, que en mi historia no son dos mundiales, sino una guerra y un mundial. Y yo diré que me disculpen pero que lo del Sur, para esta sociedad enloquecida que estoy creando en esta historia, se vive más como un mundial que como una guerra. Una guerra cuyos muertos no vemos, una guerra que se festeja como un torneo que nos tiene sólidos en la punta de la tabla, una guerra en la que nos creemos cualquier mentira con tal de que llegue vestida de buena noticia, una guerra que no aceptamos ver como tal, con todo su peso de tragedia y de muerte. Una guerra que estamos dispuestos a enfrentar como un gran desafío deportivo.

Ya para esta altura de la narración voy a mezclar situaciones imposibles. Por ejemplo: la selección de este país sudamericano tendrá que jugar el partido inaugural del Mundial con la guerra todavía en marcha. Ya sé que es imposible. Que ningún país va a mandar a su selección a jugar un mundial en medio de una guerra. Pero les pido que me sigan el juego hasta el final. ¿Se imaginan? Todo el mundo con las camisetas, las banderas y las cornetas. Toda la sociedad exhumando el carnaval del mundial anterior. Toda esa gente dispuesta a ganar los dos mundiales al mismo tiempo. ¿O para qué carajo Dios es nuestro? 

Se me ocurre una escena más imposible que ninguna otra: El primer tiempo del partido inaugural termina 0 a 0. En el entretiempo aparece un comunicado del Estado Mayor Conjunto, uno de esos con la marchita y el escudo, para contar que los valientes soldados de la patria combaten en los alrededores de la capital de las islas, con ahínco y fervor inusitados.

Les ruego que no dejen entrar al sentido común. Porque si lo dejan entrar, ese tiene que ser el momento en que esa sociedad, si no pudo hacerlo antes, ahora sí concluya en que se dejó estafar, se embanderó en una empresa imperdonable, que permitió con su aplauso estúpido que un montón de pibes fueran enviados a pelear en un infierno. Y la gente sale masivamente de sus casas, deja a la Selección Nacional jugando sola en los televisores, y exige que la guerra se detenga ya, que no se dispare ningún otro tiro, que ningún pibe siga en peligro.

En mi historia, no. En mi historia la gente escucha el comunicado con gravedad, con preocupación, intuyendo que las cosas son mucho peores que aquello que los medios venían anunciando –y la gente se venía creyendo-. Pero después empieza el segundo tiempo del partido con Bélgica y la gente vuelve al asunto, porque con Kempes y Maradona juntos no hay Dios que nos impida el bicampeonato. 
En mis días buenos me consuelo pensando que, en 1982, yo tenía 14 años. Y que mi juventud me disculpa de mi credulidad, de mi simplismo, de mi ingenuidad cómplice que colaboró con que muchos pibes perdieran la vida, o el deseo de la vida, en esas islas lejanas. Pero en mis días malos me digo que no. Que ni los otros ni yo tenemos disculpa.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Flaco.

Flaco.
Te pido que me permitas llamarte así. Como si fuéramos grandes amigos. O grandes conocidos. Es que siento que de tanto leerte, escucharte y verte ya  te conozco. Que sos parte de mi cotidianeidad como tantos otros.
Ay, Flaco. Una sola cosa se me pasa por la cabeza en éste momento. ¿Por qué? ¿Por qué te fuiste así, de repente? ¡Si esperamos tanto tiempo por alguien como vos! Alguien con tu impronta, tus cojones, tu militancia y tu pasión por la política nacional. Esa política que llevaste en la piel, en el corazón. La que transformaste en acciones.

"Vengo a proponerles un sueño" dijiste esa vez. Y muchos deben haber pensado... ¿un sueño? ¡qué loco que está éste tipo! Pero eso me gustaba de vos. Tus sueños. ¿Para qué vivimos si no soñamos? O mejor, ¿para qué vivimos si no luchamos por nuestros sueños? Como hiciste vos, Flaco. Vos propusiste, impulsaste y cumpliste. Nos hiciste el regalo más grande. Nos devolviste la Patria, Flaquito. Nos devolsite la dignidad y las ganas de ser Argentinos. Esas que muchos nos habían arrancado.
Pero no te limitaste a devolvernos eso que con tanta impunidad nos robaron. También hiciste justicia.

Porque, como también dijiste ese glorioso 25 de mayo de 2003 (y no es casualidad, para nada, que haya sido un 25 de mayo) "no voy a dejar mis ideales en la puerta de la Casa Rosada) Los llevaste como bandera. Tus ideales que son los de esa generación diezmada a la que perteneces. ¿Y sabes qué? Esa generación es la que nos salvó como país. La que se levantó y pensó en el todos. La que dejó la VIDA, con todo lo que eso significa e implica, luchando contra un sistema que impuso el miedo porque era el camino más fácil para lograr sus cometidos. Vos nos contagiaste, Flaco. Nos devolviste la militancia, ¡y cuánto tenemos que agradecerte! Porque yo nací en una casa donde la política se hablaba y se vivía, pero parecía ser cosa de grandes. Parecía que los jóvenes no podíamos opinar porque no habíamos vivido. Y FUISTE VOS EL QUE NOS DEFENDIÓ DE ESO TAMBIÉN. Ese discurso, ese que me infla el pecho de orgullo,  ese en el que pedís que nos hablen a los jóvenes de política, pero QUE NO NOS HABLEN COMO NENES, que nos hablen como pares. Que nos enseñen. Que nos den sus experiencias pero que nos dejen hacer las nuestras también. Y vos predicas con el ejemplo, Flaco.

Vos sí quela tuviste difícil, ¿eh? Porque ahora nosotros podemos salir a manifestarnos con total libertad. Seamos del partido que seamos. A vos te buscaron, te marcaron, te quisieron hacer desaparecer del mapa. Con vos no lo lograron (¡a Dios gracias!) pero sí lo hicieron con muchos de tus compañeros. Y entiendo tu dolor, Flaquito. Vi tus ojos ponerse cristalinos ese día en Benito Juárez cuando recordaste a Chiche. Y tu rabia contenida ese día que bajaste los cuadros. Porque tuviste en frente al asesino de tantos compañeros y no lo dudaste: nada que tenga que ver con el honor puede estar cerca de esas lacras. Y me pongo de pie para aplaudirte, Flaco. Ahí están tus ideales, tus cojones, tu amor por la Patria y tu compañerismo. Vos empezaste a hacer justicia por ellos. Vos no les tuviste miedo, y se los dijiste en la cara. Vos reivindicaste la lucha de Madres y Abuelas, porque viste lo que sufrieron y lo que sufren. Y cada vez que las abrazabas con ese amor, con esa delicadeza, yo también sentía que las estaba abrazando. Como ellas se merecen.
Pero la historia no terminó ahí. Recién empezaba. Pediste perdón en nombre de todos. En nombre de ese Estado ausente, hasta podríamos decir cómplice de tanto horror. Pero lo tuyo nunca quedaba en palabras. Vos eras puro accionar. Impulsaste los juicios a esas lacras. Y levantaste bien en alto la bandera de los Derechos Humanos. Para que ya nadie pueda hacerse el boludo, para que no miren para otro lado.

Son tantas las cosas que hiciste, Flaco. Que podría estar escribiéndote eternamente. Y no creas que no me gusta. Recordarte me hace sentirte cerca. Y te recuerdo como vos nos pediste que lo hagamos " Quisiera que me recuerden con piedad por mis errores, con comprensión por mis debilidades, con cariño por mis virtudes"
Te recuerdo con la misma sensación que en ese 2003. Cuando yo era tan chiquita y ya le hablaba a mi viejo de vos. Sí, ¡qué irónica que es la vida! Yo a mis once años diciéndole a mi viejo de treinti largos que eras bueno. Que los que te criticaban la mirada o los que se reían de cómo hablabas no entendían nada. "Es simpático, papi" Para mi era un enrollo bastante grande pronunciar tu apellido. Pero mi viejo entendía perfectamente que hablaba de vos. Y cuando ganaste me llené de alegría. Porque eras lo nuevo, ese cambio necesario. No voy a hacerme la adelantada ni a decir que te auguré el futuro de gran Presidente. Porque tenía diez años. Y porque ni siquiera vos podrías habértelo imaginado. Ahí está la cuestión. Vos no te quedaste imaginando. Te arremangaste la camisa y te pusiste a laburar por la patria que vos querías para nosotros.

Sos un ejemplo, Flaco. Hoy lo seguís siendo y lo serás. Porque así como le hablé a mi viejo de vos con toda la inocencia del mundo, pienso hablarles a mis hijos y nietos de lo inmenso que fuiste. De todo lo que nos regalaste. De la forma arrolladora en la que pusiste la política en boca de todos. De los que antes nos sentíamos menospreciados. Como si la política fuera una cosa de la elite. No, señores. La política es cosa de todos. Y eso me lo enseñaste vos. La política la hace el pueblo. Y es el pueblo el que elige, el que te eligió a vos, el que la eligió a Cristina. (otras veces no fue tan inteligente)

Y un párrafo aparte para Cristina. Que es una leona, además de ser "la más linda de todas". "¿Cómo hizo Néstor para quedarse con la más linda?" Fuiste el único que se le animó, Flaco. ¡Y hay que animársele a Cristina! Tiene un carácter bastante especial, eso lo sabes. Pero con vos... todo es distinto con vos. Vos sos su sostén, y eso se nota. En cada acto y en cada discurso te buscaba con la mirada. Y al final... siempre iba a abrazarte a vos. Y la entendí tanto cuando dijo que al principio estaba enojada con vos... porque creía que la habías dejado. Todos pasamos por esa etapa, Flaco. Porque es injusto que no estes. Porque la vida no puede arrancarnos a un líder así. ¿Por qué? ¡Si éste es tu sueño! Bueno, las respuestas nunca las tendremos con certeza. Pero lo que Cristina y todos nosotros entendimos es que vos no te fuiste. Vos estás. Porque tu ejemplo, tu historia y tu legado trascienden. Y trascenderán. Nosotros nos vamos a encargar de eso. Somos las flores que florecieron en tu jardín. Somos la generación que vos libertaste. La que llamaste a ser parte de tu sueño.

Por eso te quiero tanto, Flaco de mi vida. Porque me diste la herramienta más importante de todas. Me diste voz. Esa que nos hicieron callar tantos otros. Me devolviste el derecho a opinar. A participar. A querer aprender, a querer interesarme, a querer pensar más allá de mi. Todos aprendimos a pensar como Nación gracias a vos. Por eso estoy segura de que no te fuiste a ningún lado. Estás en mi corazón. Estás en nuestras banderas, en nuestras luchas. Estás en nuestro apoyo a ésta Presidenta Coraje. A éste modelo que defenderemos con uñas y dientes. Estás siempre, Flaco. No te van a poder sacar. De eso también nos encargamos nosotros. ¡Esperamos tantos años un político como vos! Del 45 al 2003... Ojalá no tengamos que volver a esperar tanto. Ojalá que todos asimilemos lo que vos nos enseñaste y continuemos construyendo ésto.

Porque tu sueño dejó de ser tuyo. Vos nos regalaste el país con el que vos soñaste. Y nosotros, en honor a tu memoria, a tu pasión, a tu política, a tus luchas, a tus ideales, vamos a hacerlo eterno. Tu sueño es el nuestro, Flaco.

"No pasarán a la historia aquellos que especulen, sino los que más se la jueguen"

"Cuando la juventud se pone en marcha, el cambio es inevitable"

Vos sos el cambio, Flaco. Y nosotros somos esa juventud que ya no para. Que no se calla. Y sí, es inevitable: llevamos y llevaremos ese sueño como bandera. Ese país que queremos.

Gracias, Flaco. No hay palabras para explicar la gratitud, el rspeto y la admiración.
Sólo me resta decirte, que si pudiera pedirle algo a la vida, sería volver el tiempo atrás. Para verte y pedirte ese abrazo que le diste a mi viejo. Y decirte, ¿sabes que, Flaco? Yo le hablé a él de vos, cuando él no entendía nada. Y después, vos explicaste todo.


jueves, 25 de octubre de 2012

POLEMICO!

"ReNaPer Informa que el servicio de impresoras está con demoras. Loco, hay sol afuera, ¡salgan a hacer fotosíntesis! Se vienen los últimos cien, repetido al menos quince veces. Vuelve que sin ti la vida se me va y la gente sin libreto que subía con cara de poker. Los famosos setenta, ¡mátame, mátame! ¡devuélveme mis dedos! cualquier pequeño o pequeña que lloraba sin razón, Rulitos el copado, la combi de la fiesta, los feliz cumpleaños ciudadano, el ponga cara de gol del Tecla Farías a los 95 en la Bombonera, sentirnos rockstars, congelarnos los dedos, querer comprar cualquier cosa que dijera térmico en el envase, la office, el show de los números, los té de tilo, el respeto por la gente enferma y la gente que está durmiendo, la pocilga, papel, boligoma papel, las quedadas de la combi a mitad de camino, los hombres durmiendo que nunca nos vieron, los guanacos, la Panadería que amadrina Grace Alfano, ¿tiene cinco pesos? ¿y eso cómo se escribe? ¿estamos en Tolkien?  son todas buenas, pero no pueden ver a un hombre tranquilo, Señor, lo compadezco... ¡llegó Araujo! ¿cómo es la contraseña del wi-fi? te (guion bajo) quedaste (guion bajo) en la ruta. Nenes por aca, nenas por allá. ¿Quién tiene los turnos para el baño? ¿Podes bajar la radio, que la chica se está peleando con los de Movistar? ¿Puedo hacerle el Pasaporte al bebé? ¿No puede tomar frío? ¡se equivocó de provincia! ¿para dónde queda la Antártida? ¿A qué hora oscurece? (son seis menos cuarto) ¡Entonces a las seis! ¿y éste pajarito se muere si se muere su pareja? No, ese tiene suplentes. ¡Agarrala a la Peque y pasa primero, que con niños en brazos podes embarcar!  Su atención por favor, se les solicita a los señores pasajeros que abonen con cambio CON CAMBIO. ¿Por qué lloras? ¡Mira a Tolhuin! ¿Te gustan los pingüinos? Podes sonreir pero no mostrar los dientes, ¿de verdad hace frío en Río Grande? ¿Qué cosas podemos llevar arriba? ¿Quién dijo lo de la y griega?"
Éstos y otros hits son los que me permiten decir, Tierra Del Fuego, fuiste y serás de las mejores experiencias de mi vida.


miércoles, 25 de julio de 2012

Incompetenes | Capítulo Ocho


VIII.                    Tal vez, será mejor

Y claro que fue difícil explicarle a Jazmín qué era eso. Y obvio que se ofendió muchísimo con Victoria por no haberle contado. No hubo excusa que la haga entrar en razón: Jazmín se sentía traicionada y nada iba a aplacar ese sentimiento. Ni siquiera que Victoria le pidiera perdón una y otra vez llorando como una nena. Jaz sentía que algo se había quebrado, y no era la única.

Benjamín casi se infarta cuando se topó con los ojos desorbitados de sus alumnas en la puerta de su departamento. Sobre todo porque sabía que no había explicación coherente que las dejara contentas. Todo se les había ido de las manos en cuestión de segundos. Y claro que se puteó internamente por haber sido tan arriesgado. Por haber elegido algo que, evidentemente, iba a terminar mal. Pero peor se sintió cuando vio la cara de Vicky, tan triste y asustada a partes iguales. Es que siempre la vio tan segura de si misma, tan confiada en su andar, que no entendía cómo ella no sabía para donde correr o qué decir.

Bianca se encarga de llevarse a Vicky a su departamento, no quiere que este sola. Porque, ya lo dijimos… Bianca podrá no compartir las decisiones de su amiga, pero ella siempre está ahí. Incondicionalmente al pie del cañón. La abraza por los hombros y caminan despacio hasta llegar a destino. Y se cruzan con Franco que se pone histérico cada vez que la ve llorar, pero no quieren explicarle nada. Victoria necesita un tiempo de paz para poder escupir todo lo que siente. Bianca lo sabe y por eso le pide que las deje solas, que todo va a llegar a buen puerto si Vicky tiene su espacio para replantearse las cosas. Así que él se limita a dejar un beso en su frente y abrazarla con fuerza. Porque Franco la quiere, pero en el fondo sabe y entiende que no es exactamente el mismo amor el que siente ella. Entonces se conforma con lo que le toca, porque como dicen Las Pastillas, con acercarse a la victoria se conforma un perdedor.

-         No me va a perdonar en su vida – Vicky está sentada sobre la cama de Bianca y no levanta la vista por nada del mundo.

-         No seas extremista, Vi. No se le va a pasar de un día para el otro, pero dale tiempo.

-         Es que la conozco… se que no va a aflojar. Y tiene razón, la entiendo. A mi también me jodería que ella me oculte algo así… ¡pero es que… ni yo se que hacer! – Vicky rompe en sollozos porque su seguridad ante la vida quedó detenida en la puerta del departamento de Benjamín.

-         Sh, sh, no digas esas cosas, Vicky – Bianca la abraza con fuerza, porque así le demuestra que no está sola – la situación era jodida… es jodida… Jaz va a entender, estoy segura.

Victoria duerme en casa de Bianca esa noche. Y Franco se encarga de devolverles la sonrisa cuando vuelve al departamento con una bolsa llena de golosinas y una peli cómica para que miren los tres. Vicky le sonríe sincera y lo abraza con fuerza, porque sabe que es como el hermano mayor que no tiene. Y sabe también que lo va a querer toda la vida. Es que es imposible no hacerlo: Franco es la bondad con patas.
Como es obvio, Vicky no quiere ir a la facultad al otro día. Pero Bianca la obliga, argumentando que tiene que enfrentarse a sus problemas. Entonces no le queda otra que pasar por su departamento a cambiarse y emprender viaje con su amiga hasta allá. Se cruzan a Jazmín en el colectivo, que las ignora olímpicamente. Y si bien Victoria la entiende, le duele muchísimo su actitud. Y se siente peor de lo que ya se sentía hasta el momento.
Las semanas transcurren así: con Jazmín ofendida, Victoria triste y Bianca intentando mediar. Pierina y Agostina no saben qué es lo que pasó, pero no preguntan demasiado: entienden que es algo que ellas deben resolver – aunque, como Bianca, intenta convencerlas de hacer las pases. No es cómodo para nadie estar en el medio de una pelea.
Y con Benjamín, la cosa estaba como en un freezer. Es que los dos habían quedado susceptibles y perseguidos después de que Jazmín y Bianca los hayan encontrado juntos. Entonces intercambiaron un par de mensajes y se vieron dos veces. Vicky lo tranquilizó diciendo que Jazmín no iba a divulgar lo que vio. Estaba dolida pero seguía siendo su amiga, y esos códigos no se rompen. El problema era que Vicky se estaba hartando un poco de esa realidad, y era ella la que quería patear el tablero. Pero sabía que Benjamín no estaba dispuesto a hacerlo.
-         Chicos,  acuérdense que el parcial es en dos semanas. Saben que si tienen dudas pueden mandarme un mail, ¿si? – Félix había tenido una audiencia a último momento y Banjamín era el encargado de dar la clase en su ausencia.

-         ¿Control de Constitucionalidad entra? – Agostina levanta la mano mientras toma algunos apuntes.

-         Sí, todo lo que vimos menos lo de hoy – él sigue explicando con calma apoyado apenas sobre el escritorio y revisando el programa de exámen - ¿tienen alguna duda de los temas hasta ahora? – y el silencio sepulcral – no leyeron nada todavía, ¿no? – y todos rompen en risas. Benjamín es estudiante todavía, entonces los entiende.

Benja los deja salir unos minutos antes observando que ninguno tenía duda alguna para el parcial. Y sus alumnos, chochos, abandonan el aula entre aplausos y elogios para el profe gamba. Victoria se cuelga al hombro su cartera y comienza a caminar hasta la puerta, pero ve que Benjamín le hace señas y finge haberse olvidado algo para volver.
-         ¿Qué pasa? – se acerca vergonzosa al escritorio.

-         ¿Estás bien? – la mira preocupado. Es que hace varias semanas que Vicky está un poco triste.

-         Mmm… más o menos. Jaz sigue sin hablarme – él se muerde el labio, apenado – pero… se le va a pasar, supongo.

-         ¿Queres  que cenemos a la noche? Así te cambia un poco la cara – le regala una sonrisa chiquita y Vicky se la devuelve.

-         No sé… Porque si las chicas se juntan y les digo que no puedo… Jaz se va a hacer la cabeza de nuevo, y…

-         ¿dónde quedó esa rubia loca que conocí en el boliche hace unos meses? – se ríe descaradamente y Victoria le hace hombritos.

-         En la puerta de tu departamento, hace dos semanas – y los ojos oscuros de Benja se cruzan con los tristes de Victoria – yo… hablo con las chicas y te aviso, ¿dale?

Vicky deja el aula y Benjamín queda reculando. Quizás sí, todo se les estaba yendo de las manos. Pero con ella siempre fue así: un verse esporádico, siempre a escondidas, una incertidumbre constante. Pero él creía que así estaban bien, que así tenían que ser las cosas. Las cartas estuvieron sobre la mesa desde un principio, y en base a eso era su juego. Lo que él no sabe, es que Victoria quiere cantarle retruco constantemente. Se va al estudio intentando entender qué es lo que cambió las cosas. Porque el más afectado por ésta relación que tienen es él. Es quien más tiene que perder, y aún así se arriesga. No sabe bien por qué, después de todo él nunca fue mucho de apostar. Pero hay algo en la sonrisa de Victoria que lo anima a cometer cualquier clase de locura.
Ella por su parte llega a su departamento y se tira en el sillón. No tiene ganas de almorzar, mucho menos de hacer cualquier actividad relacionada a la facultad. Simplemente quiere quedarse ahí y no pensar en nada. Hace días que Bianca está encima de ella, sin dejarla sola, porque sabe que cuando está sola se maquina. Piensa en todo lo que pasó y se siente mal. Se siente culpable. Por no haberle contado a Jazmín. Por tener algo con Benjamín. Por no medir las consecuencias de sus actos. Se duerme pensando en eso y dejando caer algunas lágrimas pequeñas.
Es Bianca la encargada de despertarla horas más tarde, pidiéndole que fuera a su departamento a tomar mates con ella y Franco. Entonces se cambia en cuestión de minutos y camina hacia su destino escuchando música, y cantando bajito.
-         ¿Vas a hacer algo a la noche Vickyta? – las dos están en el balcón disfrutando de la brisa vespertina.

-         No sé, ¿ustedes planearon algo? – termina el mate y se lo devuelve a Bianca.

-         Mmm… no. Agos fue la única que me dijo que tenía ganas de salir. Jazmín se vuelve a su casa y Pierina se queda con el novio.

-         A mi Benjamín me invitó a cenar – se prende un pucho y se abraza a sus rodillas con fuerza, mirando el horizonte.

-         ¿Y qué vas a hacer? – Bianca la mira seria.

-         Creo que… voy a ir. Necesito hablar con él.

-         ¿De?

-         Todo – fuma una pitada y hace una pausa – hay muchas cosas que necesito decirle.

-         Si vos crees que es lo mejor… - y Vicky le sonríe porque cada día se asombra más de la incondicionalidad de Bianca.

A la noche Victoria viaja en un taxi hasta el departamento de Benjamín. Y sube a toda velocidad por la escalera por si existe alguna posibilidad de que alguien la vea. Él ya tiene todo listo y la recibe sonriente. Lo que él no sabe, es que en todas éstas semanas – y particularmente en éstas últimas horas – Victoria estuvo replanteándose muchas cosas. Y la balanza que mantuvo el equilibrio por tanto tiempo, esa que parecía funcionar exactamente como debía, acababa de inclinarse. Y se inclinaba hacia su lado, el de ella.
Y ese era el punto. Ella. Ella que siempre vivió al límite, que necesita constantemente de algún lío rondándole la mente para no aburrirse. Que siente que la adrenalina es un factor desencadenante en su vida, y por eso siempre la busca. Pero ésta vez Victoria dijo basta. Y a eso fue a lo de Benja. A plantearle que a ella le duele y le jode a partes iguales la situación por la que pasan. Que es conciente que así lo conoció y que lo aceptó desde un principio. Pero hubo algo en el medio que no le permitió seguir. Y ese algo es la manera sobrenatural en la que le tiemblan las piernas cada vez que él le sonríe, o su capacidad arrolladora para hacer desaparecer cualquier problema con un par de besos y abrazos. Díganlo ustedes, lectoras, porque éste personaje nunca lo confesará: Victoria sentía cosas por Benjamín. Victoria se estaba enamorando de Benjamín. Y justamente por eso es que decide dar un paso al costado. Claro mujeres, claro que es complicada. Pero todo en su vida en un embrollo. Un embrollo en el que ella se entiende. Porque Benjamín le importa demasiado como para arriesgarlo a hacer algo que quizás en el fondo no quiera. Porque si el tiempo es lo que afecta, si el tiempo acusa, lo que hay que hacer es esperar. Dejar un entretiempo para replantearse cosas, para dejar que otras fluyan, y fundamentalmente para respirar, para desatarse.
Y Benjamín no sabe qué decir después de que Victoria le escupiera semejante verdad. Obvio que a él algo le pasa también, si no nunca hubiera arriesgado de esa manera cosas que para él son importantes. La rubia lo tenía loquito, y no tenía problema alguno en admitirlo. Y sabía que la estaba lastimando. Sabía que el límite lo estaba poniendo él, que ese freno de mano a ella le dolía más que el choque mismo. Pero era lo que él podía ofrecer en ese momento. Y sí, concuerda con ella. El destiempo es lo que les juega en contra. El destiempo, el destino, las vueltas de la vida o como quieran llamarlo. Daría su vida entera por barajar y dar de nuevo. Por gritar basta para todos y que la rueda vuelva a girar. Pero ésta vez para su lado.

-         ¿Qué te pasa, Vi? – Victoria vuelve a la casa de Bianca con restos de lágrimas en los ojos.

-         ¿Quién es, Pipi…? ¿¡Victoria qué te pasó!? ¿Te hicieron algo? – Franco y su cariño sobreprotector fuera de control.

-         Estoy bien. Lloré un rato nada más – y se abraza a su amiga, y le hace señas a Franco para que se una al abrazo. Ellos son lo más cercano a una familia que tiene en la ciudad de la furia.

-         ¿Y cómo te sentís? – sabe a qué se refiere Bianca. Y sonríe apenas.

-         Libre. Me siento… liberada – se separa y le sonríe un poco más. Victoria está loca, pero ésta vez está loca de amor.

-         Bueno, mejor las dejo con sus cositas. Hay temas de los que prefiero no enterarme – Fran le revuelve un poco el pelo y se va a la cocina con repasador al hombro – las llamo para cenar, Pipinas – y las dos se ríen.

Victoria pone a Bianca al tanto de todo. Y su amiga está feliz porque ella también lo está. Porque sabe que ahora puede respirar un aire de libertad y eso es lo que la hace sentirse plena. Se sacó de encima un peso enorme, pero siendo honesta, dejando esa puerta abierta a lo que quizás vendrá.
 Y ahora sí, la siguiente en enterarse fue Jazmín. Que aceptó ir a charlar con Vicky al departamento porque la conoce, y porque algo intuía. Y se piden perdón y se abrazan mucho, como amigas que son. Jazmín jura no decir nada – ni siquiera reírse en clase si se da la oportunidad. Y Victoria… Victoria le promete no volver a ocultarle algo así. Bah, le promete no volver a meterse con un profesor, y ahorrarse éste tipo de situaciones.
-         Vicky – él nuevamente, que la intercepta afuera del salón.

-         Benja – le sonríe porque lo quiere. Y porque él lo sabe - ¿todo tranquilo?

-         Bastante – y él también le sonríe con sus ojos oscuros. Que paradójicamente brillan más cuando se cruzan con los celestes de ella - ¿vos estás mejor?

-         Estoy bien – y otra sonrisa – arreglé lo que tenía que arreglar.

-         ¿Y te perdonaron? – mira de reojo a Jaz, que la está esperando con Bianca unos pasos más adelante.

-         Me perdonaron – y sonríen cómplices.

-         Te dije, rubia. Todo tiene arreglo – y le acaricia el hombro apenas.

-         Por suerte sí – la situación se torna algo incómoda, y por eso ella mira el piso – me… me tengo que ir. Nos tenemos que poner a hacer el trabajito que nos diste.

-         Me parece bien, vayan – mete sus manos en los bolsillos y la ve alejarse - ¡Rubia!

-         ¿Qué? – se da vuelta confundida.

-         ¿Hablamos al final de la cursada? – se acerca a ella y casi se lo susurra.

-         Te llamo cuando apruebe mi final – una guiñada de ojo para luego correr hacia sus amigas y perderse por el pasillo.

Las abraza con fuerza y sonríe con ganas. Benjamín y ella quizás estén destinados a cruzarse. O a volver a cruzarse, podríamos decir. Pero por ahora, tal vez, es mejor así…
Tal vez, sera mejor caer,
Y volverse a levantar
Llorar, perder el miedo
Y volver a empezar
Yo se que duele terminar
Que el mundo no se va a acabar,
Y que la vida debe continuar
Y aunque mañana te siga pensando
Se que tu y yo no podemos hablarnos
Tal vez, sera mejor
Y aunque la duda me robe un suspiro
Sera difícil que seamos amigos
Tal vez, sera mejor

lunes, 23 de julio de 2012

Incompetentes | Capítulo Siete


VII.                    Intentando.

Vicky encuentra seis llamadas perdidas de Franco cuando termina de cambiarse para ir a la facultad. Se olvidó completamente de avisarle que había llegado sana y salva a su departamento. Pero en fin, tenía sobradas razones para no prestarle atención a su teléfono, aunque claro está que no podría explicárselas al hermano de su amiga. Anota mentalmente pensar una excusa por si se lo cruza a la brevedad.

Camina hacia la parada del colectivo concentrada en su música y en lo lindo del día. A pesar de ya estar a fines de marzo, los días se mantienen cálidos, y reina esa brisa matutina que a Vicky tanta paz le da. Canta bajito una canción de Los Piojos que suena en ese momento en su reproductor y mira a su alrededor buscando rastros de cierto profesor que la tiene bastante loquita. Pero no hay nada. Seguramente fue a cursar más temprano.

En el colectivo se encuentra con Jaz, que va con la cabeza apoyada en el vidrio y los ojos cerrados. Le hace sonar el celular para que se despierte y charla con ella hasta que llegan a la facultad. Tiene que contenerse para no ponerla al tanto de todo lo sucedido, pero lo prometido es deuda, y con Benja acordaron no comentar nada con nadie.

Los primeros bloques de clases pasan rápido, sobre todo porque el de Metodología de la Investigación Social los hizo formar grupos de debate en base a temas actuales y controvertidos, y eso hizo todo más dinámico – aunque muchos quedaron reculando cuando su opinión era invalidada por un argumento más fuerte.

-         ¿Por qué no son todas las clases así? – Bianca ama a su profesor y a la materia, por ende, todo lo que se haga en esos módulos para ella será lo mejor de la carrera.

-         Porque muchos terminarían con ataques cardíacos – Jaz está sentada en uno de los bancos del jardín de la facultad, abasteciéndose de rayos de sol, según sus propias palabras.

-         ¿Qué tenemos ahora? – Agos lee entretenida uno de los fallos de Constitucional y hace anotaciones al margen.

-         Constitucional – y a Vicky se le escapa un poquito de felicidad cuando pronuncia la palabra.

-         Uy, genial. Tengo que preguntarle a Benja algo del fallo que no entendí – saca un par de hojas de la cartera y Victoria frunce el seño apenas.

-         Nosotras estuvimos hasta las once ayer con el trabajito ese y no lo terminamos – a Bianca no le cuesta expresar su odio visceral por la materia y el ayudante - ¡encima la llamé a mamá para que me cuente Elortondo, que es interminable, y no me quiso decir nada!

-         Capaz que no se lo acuerda, Bi. ¡Hace años luz que hizo la carrera! – Victoria se tienta porque sabe que la madre de Bianca le daría un ubicate a Pierina si estuviera ahí escuchándola.

-         Además no es tanto, Pipina. Son treinta hojas – Agos le pellizca los cachetes con dulzura.

-         ¡Pero son infumables! – nadie va a sacar a Bianca de esa posición.

El recreo termina a las once y media, y las cinco suben atolondradas las escaleras hasta el tercer piso. Se acomodan en sus bancos y siguen hablando de la vida, como hacen siempre. Pero, Vicky no para de mirar de reojo la puerta. Siente una especie de cosquillas en la panza de la ansiedad que tiene por verlo entrar. Sonríe cuando se acuerda del “Nos vemos en la facu” que dejó escrito en su mesa de luz, y ante las reiteradas miradas amenazantes de Bianca decide prestar atención al relato de Jazmín, que había empezado a salir con un amigo de su hermano y las estaba poniendo al tanto.

-         Buenos días, chicos – Félix y su alegría sincera entran al salón seguido de Benjamín y su mochilita al hombro.

-         Buen día – el salón a corito que termina de acomodarse en sus pupitres.

-         ¿Qué tal ese fin de semana? – el profesor deja todas sus carpetas sobre el escritorio y los mira intrigado, al tiempo que le entrega la lista a Benja para que tome asistencia.

-         ¡Si le contáramos, profe! – Fernando siempre dando la nota. Todos se ríen de la acotación - ¡no sabe lo descontroladas que estaban las chicas! – y todas abuchean en señal de reproche. Ellas jamás habían experimentado lo que era el descontrol, claro está.

-         ¡Por favor! Estoy seguro que todas éstas señoritas se comportan como ladys en todos los ámbitos de su vida – los hombres revolean los ojos, y se quejan sonoramente. Las mujeres sonríen divertidas y por supuesto que le dan la razón a Félix.

Cuando Benjamín termina de tomar asistencia, Félix le encarga que copie un cuadro sinóptico en el pizarrón mientras él los introduce al tema. Vicky aprovecha entonces para sacar su celular con disimulo y mandarle un mensajito de texto. “Qué linda le queda la corbata, doc. Intente no mancharse el traje con tiza”. El chico esboza una media sonrisa cuando lo lee y se voltea para mirar a la clase con disimulo. Obvio que Vicky está observándolo fijamente: es una especie de atracción instantánea la que tienen.

-         Victoria, te voy a pegar con la constitución si no cambias esa cara de boluda total que tenes – Bianca la codea y la mira con reproche. Vicky se muerde la lengua para no reírse a carcajadas.
“A usted le queda muy linda esa pollera, Licenciada. Pero, ¿no es muy corta para la facultad? Imagino que no viene a levantar profesores”. Vicky tiene que taparse la boca para no reir, y Félix la mira confundido. “¡sí, Vicky, aunque parezca chiste así de fácil se veta una ley!” Ella se limita a hacerse la que estaba escuchando y muestra indignación – aunque no tanta como la que expresa Bianca por su falta de atención.
La clase transcurre así, entre miradas disimuladas y algún que otro mensaje de texto a escondidas. Victoria se siente una nena de quince haciendo éstas cosas, pero sonríe constantemente, y esa es la razón principal por la que se la sigue jugando. Porque Benjamín la llena de cosquillas en la panza. Y porque como diría Cordera, [i]por un te quiero se la juega a morir[/i].

Y de ésa manera pasan las semanas siguientes. Con encuentros clandestinos en la casa de uno u otro, confiando en la complicidad de sus amigos pero escondiéndose de los demás, de los extraños. Benjamín era la cuota de racionalidad en ésta pareja, mientras que Victoria se encargaba de enloquecerlo hasta hacerlo olvidar de ésta realidad que les tocaba. Todo iba sobre rieles, y Vicky estaba empezando a creer que había [i]algo más[/i] que simple química entre ellos. Bianca era la única que lo sabía, y estaba asustada. No quería que su amiga saliera lastimada.

Un jueves por la tarde, Victoria, Bianca y Jazmín están haciendo un trabajo práctico en la Biblioteca de la Facultad. Llevaban horas navegando en libros de Historia de las Ideas Políticas y estaban un poco hartas. Así que, por unanimidad, decretaron terminar con la sesión de estudio del día. Después de todo, les faltaba poco para terminar.

-         Chicas, ¿si vamos al shopping a tomar algo? – Jaz termina de guardas los libros en su cartera y las mira compradora.

-         Dale, yo me prendo – Bianca siempre estará al pie del cañón - ¿Vi?

-         Ehh… no, no puedo – mira a Bianca cómplice, para que entienda.

-         ¡No me digas que te vas a seguir estudiando! ¡No seas ñoña Victoria! – Jazmín se ofende – es un ratito nada más.

-         No te enojes Jaz, no puedo – Vicky pone cara de buena para que afloje.

-         Dejala Jaz, vamos nosotras – Bianca no aprueba su [i]relación[/i] con Benja, pero la banca en sus locuras. Ya lo dijimos, Bianca siempre está al pie del cañón.

-         ¿Y se puede saber qué tenes que hacer?

-         ¡Chusma! Cosas tengo que hacer…

-         Te vas a encontrar con un chongo, ¿no? – y una ola de frío recorre la espalda de Victoria. Era un terreno peligroso – Te conozco, Victoria, ¡contame ya!

-         Jazmín, dejá de hacerte una película con todo. Tiene cosas que hacer, nosotras tenemos que ir a tomar algo, ¿podemos apurar los trámites?

-         No, ahora quiero que me cuente

-         Me voy, que se me hace tarde, chicas. Vos deja de hacerte películas con mi vida, y vos llamame a la noche – un beso en cada mejilla y se va.

Victoria corre hasta la parada de colectivo y le manda un mensaje a Benjamín para que sepa que está yendo. Él salió temprano del laburo y estaba preparando una merienda para los dos, porque esa semana casi no se habían visto. Vicky apoya su cabeza en la ventana y piensa. Incluso casi se siente mal. Por no poder compartir esto con sus amigos, con su familia. Ya había aceptado que [i]algo[/i] sentía por Benjamín. Que había algo más que la simple diversión, o la atracción, o lo prohibido, o lo que muchos considerarían incorrecto. Nunca se lo había dicho a él, porque no estaba segura de que fuera recíproco, y eso la asustaba. Entonces se limitaba a dejar que las cosas sean, que fluyan como hasta ahora. No quiere forzar las cosas porque tiene miedo de arruinarlas.

Había pasado innumerables tardes hablando del tema con Bianca, mientras ella intentaba convencerla de que corte todo de raíz, que además de ser peligroso, puede lastimarla mucho, que ella no quiere eso para su vida. Y Vicky lleva tiempo pensando en eso. Porque siguiendo con el razonamiento de Bianca, se pone en la balanza los puntos positivos de su [i]relación[/i] con las contras que tienen, es evidente hacia qué lado se inclina. Pero a Vicky no le importa, porque es así de arriesgada, ya lo vimos. Ella se la juega entera por una sensación, por un impulso lo suficientemente racional. Juega todo el tiempo con los riesgos, y ese es el motor de su vida. La incertidumbre, el cambio, la posibilidad. Sabe que la caída puede ser terrible. Incluso ya muchas veces la han lastimado, pero eso no es un obstáculo. La adrenalina del momento, por más corto o largo que sea, es lo que la hace respirar.

-         Hola – él le abre la puerta del departamento descalzo y con una sonrisa – pasa.

-         Permiso – y cierra los ojos para sentir el perfume tan característico del departamento de Benjamín. Porque en éste tiempo había descubierto que era [i]un toque[/i] maniático con el órden y la limpieza de su hogar.

-         Ey, ¿qué te pasa? ¿era muy jodido el trabajo? – Benja chasquea los dedos porque Vicky se quedó como colgada.

-         No es tan jodido como los de constitucional – y se ríe porque lo está chicaneando – esos sí que son un bodrio.

-         Sí, me dijeron que el profesor era un goma tremendo. Pero el ayudante… - y pone una cara graciosa – un ídolo indiscutido.

-         Mmm… a mi no me llegó esa data – lo sigue hasta la cocina, donde está terminando de preparar las cosas.

-         ¿Qué te pasa que estás en bardera, polvorita? ¿los politólogos te dejaron de mal humor?

-         No, estoy ofendida con vos – y él la mira extrañado.

-         ¿Conmigo? ¿Por? – no entiende.

-         No me diste un beso todavía – y él se sonríe y termina de servir el té.

-         Vos tampoco me diste un beso, estamos iguales.

-         No… Franco me enseñó que cuando una de las partes manifestó cumplir puede exigir el cumplimiento de la otra – lo había escuchado ocultar eso para un exámen dos o tres noches atrás.

-         Ah, mira que copado Franquito dándote clases de civil… ¿te dijo que también podes pedir la recisión?

-         Pero no quiero rescindir, quiero que cumplas – se acerca y lo abraza por la espalda.

-         ¿Y si no quiero? – él le hace hombritos y ella se enoja un poco más.

-         Te obligo.

-         Cumplimiento forzoso se llama eso – se da vuelta y la besa un rato.

Ya es la tardecita, y una brisa fría entra por la ventana del comedor. Vicky está tirada en el sillón, y Benjamín habla por teléfono con un compañero del estudio. Ella hace zapping pero no presta demasiada atención a las imágenes que tiene delante. Sabe que tiene que permanecer callada y no hacer casi ningún ruido. Menos aún puede salir al balcón, porque alguien la podría ver. Y le molesta, y se enoja. Pero sacude la cabeza para que esas ideas se vayan. Es lo que eligió y es lo que se tiene que bancar.

-         Perdón… Joaco tenía una duda sobre unos escritos que le dejé – salta y se sienta al lado de ella - ¿qué pensas?

-         ¿Mmm? – ella estaba subsumida en sus pensamientos. Él se ríe y la besa un poco, mucho, bastante.

 Y ella se deja besar, porque necesita sentir, o imaginar, que él la quiere y también elije esto… que es complicado, que parece completamente equivocado y a contra corriente. Esto que no tiene nombre, pero que a la vez no lo necesita. Vicky siempre fue adepta a la escuela de exprimirle a los momentos lo mejor de ellos. De disfrutar lo que se hace, sin pensar en lo que podrá pasar después. Quizás porque le asusta el segundo paso, porque no le gusta enfrentarse a lo que viene, o porque realmente cree que la belleza de la vida está en los placeres momentáneos. No es de las que ocupan su tiempo en pensar en lo que hará mañana, o pasado, o en diez años. Ella actúa, se deja llevar por sus instintos y pasiones. Es muy inquieta como para analizar situaciones, es mandada y deja que la vida la lleve por distintos caminos.

Así llegó a Benja, a su lío, a su torbellino de sensaciones y deberes morales contrapuestos. Pero la misma vida fue la que la llevó a esa facultad, a esa cátedra y a ese ayudante. Es como prueba y erros, puede pasar. Pero ella juega con eso, intenta mover las fichas a su antojo, tratando de armar una pirámide que puede ser frágil, y que tiene riesgos de ser derrumbada. O de derrumbarse sola. Un movimiento en falso… y al precipicio.

-         ¿Ya te vas? – Benja vuelve a entrar al cuarto y la encuentra terminando de  ponerse las zapatillas.

-         Sí, le prometí a Bianca que iba a hablar con ella a la noche – frunce los labios y él se acerca para besarla despacito.

-         ¿Y si le decis que hablan mañana? – le sonríe comprador, pero Vicky no está dispuesta a ceder.

-         Me mata – y se ríen.

-         Bianca no me banca mucho, ¿no? – Benja achina los ojos y Vicky lo empuja con suavidad – noto una tensión especial cuando me hace preguntas en clase.

-         Estás loco, Benjamín – se mira al espejo y lo ve acercarse.

-         No, esa sos vos, rubia – le deja un beso en el cuello y ella siente escalofríos - ¿no te quedas entonces?

-         No, ya me voy… ¿tenes que bajar a abrir?

-         Sí, banca que me pongo una remera – un aplauso para Vicky que lo tuvo en cuero y fue capaz de decirle que no.

Se besan un rato antes de irse. Digamos que el recorrido al ascensor sufrió un estancamiento en el living de su casa. Vicky parece estar en una nube, como en otra galaxia cuando está con él. Pero, a partir del minuto que pasa desde que se despiden, cae en la realidad. En la suya, en la de los dos.

-         Te veo pasado mañana en clase, ¿no? – Benja está apoyado en el marco de la puerta de calle y la mira sonriente.

-         Ajam – lo dice sin ganas - ¿y no en clase cuando te veo?

-         Mmm… ¿coordinamos, queres? Tengo que hacer unos trabajos en grupo…

-         Ah, ok – y él nota lo frío de su respuesta.

-         Ey, Vi… no te enojes. Sabes como es esto.

-         ¿Y qué es esto? – sabía que no era el momento ni el lugar para preguntarlo. Pero, ya lo sabemos: Vicky explota.

-         ¿Vicky? – ella se da vuelta y cree morir. Bianca y Jazmín en frente de ellos. Benjamín con los ojos casi fuera de lugar. Y el corazón que le late a mil por hora - ¿qué es esto?

Y esa era la pregunta. De eso se trata ésta cuestión. Ahí está el punto. Porque ni Benjamín, ni Victoria le habían puesto un nombre. Porque quizás no se lo preguntaron, o porque nunca se lo plantearon. Pero, era tiempo de cuestionarse las cosas. Esto, eso, lo de ellos ¿qué es?

Justo entienderon todo cuando no habia mas nada que entender
La gloria a veces sabe bastante incierta
Intentando ponerle un apodo a eso que bien sabe llamarse amor
En cierta forma dandose tregua