sábado, 19 de junio de 2010

Autentica Pasión

Te levantas con el mejor humor del mundo aunque sean las seis de la mañana. Tu compañera de cuarto no está porque ya se fue, así que saltas de la cama-que es cucheta- y prendes la luz. Buscas tu taza, y vas para la cocina. La llenas de leche y la metes dos minutos en el microondas. Mientras esperas el ruidito que te indica que está listo, volves al cuarto para prender la tele – no soportas el silencio- y sacas el frasco de café que ya está por acabarse, y el de edulcorante- la gran ciudad te había contagiado esa costumbre-.

Cuando escuchas el bip buscas la taza, preparas el café y lo acompañas con dos magdalenas caseras que te hizo tu tía. Escuchas el noticiero de la mañana y los nervios empiezan a brotar. Juntas todo y lo dejas en la cocina – ni da lavar los platos a las ahora casi siete de la mañana- buscas tu cartera y el porta mate, te aseguras de tener las monedas para el bondi y cerras la puerta del cuarto.

Bajas los cuatro pisos por la escalera lo más rápido que podes- y casi te cuesta una caída- Salis a la calle y no anda ni el gato. Obvio, pensas. Como el mp3 se te rompió, aprovechas que no hay nadie a tu alrededor y caminas cantando bajito. Llegas a la parada del 111 y asombrosamente viene rápido- pero bueno, recordemos que el día de hoy ya había sido declarado genial por tu inconciente.-

Pones las monedas en la máquina y te reis cuando miras para adelante: viajan sólo cinco personas – y pensar que todos los días, a la misma hora, ese colectivo parece un camión de vacas-

El viaje se hace rápido y te bajas frente a la Facu. Te sorprendes un poco porque sólo están prendidas algunas luces. Insultaste por lo bajo creyendo que no te habían avisado que al final decidieron suspender las clases, pero cruzaste la calle corriendo cuando viste a uno de los mastodontes de seguridad paseando de un lado a otro en el hall de entrada.

Subis las seis benditas escaleras despacio y sin protestar, llegas al piso donde está tu aula y ves todo oscuro. Okey, admitilo, te dio un poco de cosa pensar que eras la única boluda que había ido. Pero te tranquilizaste al escuchar las voces de dos de tus compañeras que llegaban detrás tuyo.

Las tres fueron al aula riéndose de ustedes mismas, y tratando de inventar un chamuyo convincente para que la de economía los deje ir antes. Abrieron la puerta y encontraron a otras dos compañeras conversando.

- ¿Vos decís que viene? – siempre tuviste la esperanza de que la profesora se quedara durmiendo.

- La mato si nos deja plantados ¡me quedaba en mi cama, calentita, y desayunando! – Dai vivía lejos y odiaba levantarse temprano.

- Mejor si no viene, encontramos mejores lugares en el Bar – Juli siempre estaba contenta y le buscaba el lado positivo a todo.

En la mitad de su debate llegaron dos compañeras con cara de dormidas. Los presentes aplaudieron el nuevo look de una de ellas, y quisieron saber de la noche anterior – porque facebook avisó que ellas dos y otras compañeras irían a un bar a pasar un buen rato-. El problema surgió cuando una de ellas se sacó el saco y dejó al descubierto la camiseta que tenía puesta.

- ¡No, Luly, no! – casi te morís de un infarto. Eras exagerada - ¡la camiseta no, es yeta! – todos rieron.

Ella dio una vueltita y también se rió de tu superstición. Después se unió a su charla/debate sobre la hora de economía.

A eso de las ocho, y después del arribo de sólo dos compañeros del sexo masculino, decretaron que habían esperado mucho tiempo, y que daban por supuesto que la profe no venía. Solución: corrieron al bar para tener los mejores asientos.

Encontraron una mesa justo en frente del TV, así que vos sacaste tu mate para acompañar la previa. Mientras muchas se desvivían por Paoloski, vos estabas atenta a todo, y pedías escandalizada que subieran el volumen de la tele – o en su defecto, que hablaran más bajo, ¡no se puede ver un partido así, che!-

Finalmente, tu reloj marcaba las ocho y media en punto, y los empleados del bar aparecieron totalmente vestidos de celeste y blanco, y equipados con trompetas, matracas, y todo objeto que realizara un poco de ruido – supiste que si en Argentina hubiera vuvuzelas, ellos habrían tenido una también-

Miraste atenta la tele, y te estremeciste al escuchar la voz del Pollo Vignolo que anunciaba que estaba todo listo. Sonreíste como idiota y te comiste las gastadas de tus compañeros de mesa. Escuchaste atenta las formaciones de ambos equipos, y te reíste con el montón al escuchar los apellidos coreanos – que según uno de tus amigos, eran todos iguales-

Soltaste un gritito ahogado cuando apareció Masche en la pantalla, saludándose con Maradona. La gente empezó a aplaudir y vos los imitaste. Buscaste entre el gentió – el de la tele, no el del bar- a esa persona que tenías tantas ganas de ver. Fueron desfilando Higuaín, Demichelis, Jonas, y sentiste miedo de que no lo hayan puesto de titular. Sacudiste tu cabeza porque era absurdo: era el mejor, y estaba anunciado en las posiciones.

Cuando dejaste de pensar boludeces fue que lo viste. Y gritaste, obvio. Con su metro sesenta y pico, su pelo castaño corto, sus ojos profundos y mirada seria. Viste como saludaba a su DT y dejaba al descubierto el diez de su espalda. Aplaudiste como nena porque lo amabas con todo tu ser.

Escuchaste el comienzo del himno, y lo coreaste como casi todos los presentes – en tu facultad siempre había alguien que creía que eso era de barrabrava y merecía deportación- Empezó Argentina-Corea y trataste de abstraerte de todos los comentarios a tu alrededor: para vos era ley no hablar durante un partido, pero tenías que adaptarte a la circunstancia de estar en un bar.

Gritaste el primer gol con toda tu garganta, y te reíste del pobre coreano que quería pegarse un tiro ahí nomas. Tuviste que soportar que genteconceroculturafutbolistica te discutiera que el gol era de Heinze. Sonreíste triunfante cuando vieron el replay, y el rebote en la pierna coreana.

El entretiempo llegó con tu cambio de humor. Odiaste a Demichelis con todo tu ser, aunque te dio pena su cara de mequieromoriraca.

Los mates y las críticas llenaron los quince de descanso. Le explicaste a un compañero, que poco entendía, qué era el offside y quién era nuestro arquero. Recibiste gastadas porque tu protegido no había hecho un gol, pero vos lo defendiste a capa y espada: con Messi nadie se metía.

Llegó el segundo tiempo y sufriste los primeros diez minutos: parecía que los jugadores coreanos habían tomado Red Bull y tenían alas, porque más que correr, volaban al arco Argentino. Agradeciste tener a Romero y a un Demichellis un poco más despierto. Y obvio, agradeciste a tu Pulga que siempre tiene un as bajo la manga y lleva las jugadas que terminaron con el segundo gol de la fecha, el primero del Pipita. El bar estalló en gritos, ruidos, cantos, aplausos y declaraciones de amor hacia Higuaín. Ocurrió exactamente lo mismo en los dos goles siguientes, pero vos y una amiga coincidieron en algo: el segundo de Pipita era de Messi.

El árbitro decretó el fin del partido y todo fue fiesta. Mientras todos hablaban entre ellos, comentaban el partido o se quejaban porque tenían hambre – de mas está aclarar que los empleados del bar no atendieron a nadie en esos 90 minutos- vos te quedaste mirando la pantalla. Lo viste feliz, abrazandose con Diego como si fuera su padre, y sonreíste como idiota. Sí, lo amabas con toda tu alma. Sí, sabías que eso en la lógica de cualquiera no era normal. Sí, deseabas con toda tu alma estar en Sudáfrica y poder alentarlo como tantos. Sí, odiaste a todas esas pendejas que pusieron en facebook su foto como de perfil sin tener la mas mínima idea de su vida. Sí, sabias que aunque cobrara doscientos pesos por mes lo amarías igual. Porque lo admirabas de verdad. Porque harías cualquier cosa por abrazarlo- incluso tirarte de un palco, pero esa idea ya la usaron y no funcionó- Porque aunque todo el mundo lo alabe él se queda en el molde y se dedica a jugar. Porque el es tu Maradona. Tu Messias. Tu pulguita. Porque sabes que va a ganar todas las batallas que luche. Porque sabes que la gente y la suerte lo acompañan. Porque sabes que para vos, Messi no es una moda de selección, es pura y auténtica pasión.

Oye a tu Dios y, no estarás solo

Llegaste aquí para brillar, lo tienes todo.

La hora se acerca, es el momento:

Vas a ganar cada batalla, ya lo presiento.

martes, 1 de junio de 2010

{Corto} Tan Cerca

Tan Cerca


Londres siempre será mi lugar en el mundo. Lo supiste y lo sabes. Desde que entré a la facultad, a los 18, como una estudiante más, hasta que salí a los 24, ya convertida en abogada, tuve bien en claro que quería viajar.

En síntesis, la idea de venirme siempre estuvo en mí, pero si me costó terminar de decidirlo fue por vos. Sí, no te hagas el sorprendido, me daba cosita irme y pasar quién sabe cuanto tiempo sin verte en vivo y en directo – es el día de hoy que pasaron seis meses y te ví una sóla vez, aunque hablamos por emeeseene casi todas las noches-.

Me acuerdo patente el día que llegaste, porque yo estaba esperándote en el aeropuerto desde hacía una hora. Corrí a abrazarte porque lo necesitaba. Porque ni en Londres, ni Argentina, ni en ningún lugar del mundo voy a encontrar alguien que ocupe tu lugar. Vos te reíste como siempre – porque nunca vas a entender que yo sonría cuando estoy con vos simplemente porque sí- y me apretaste entre tus brazos. Sí, dale, admitilo, vos también me extrañabas.

Las dos semanas que pasaste aca me parecieron insignificantes, por lo que las exprimí al máximo. No todos los días uno pasea por las calles londinenses con su mejor amigo de toda la vida. ¿Te acordas de ese barcito que encontramos una de las tantas noches que salimos a dar una vueltita? Ese donde nos hicimos las estrellas y, con unas copitas de más, nos apropiamos del karaoke. Ahí también conocimos a Julie, la rubiecita inglesa hija de argentinos – aunque, cabe destacar, vos la conociste más en profundidad- que me ayudó en los días que quedaban a terminar de mostrarte la ciudad.

El día que te fuiste fue mas triste de lo que pensé. Creo incluso que cuando me fui de Argentina no sentí tanto desarraigo. Pero verte irte de nuevo, y sin la certeza de que en un tiempito volvería a pelearte, a abrazarte, a caminar con vos, me partieron en cuatro.

Los días que siguieron a nuestra segunda despedida fueron vacíos. Ya se me había hecho costumbre verte ir y venir en la cocina preparando alguno de tus platos especiales – porque eras músico pero habías heredado de tu mamá el amor por la cocina- o despertarme a la mañana porque te ponías a tocar la guitarra en el living. Es el día de hoy que me asomo al balcón y me acuerdo de las noches hablando de nada – o quizás de todo- tomando algo y cantando juntos – sí, está bien, confieso que me contagiaste el amor por la música a mi también. Yo no logré que a vos te gustaran las leyes, pero aún estamos a tiempo-

Y ahora no sé qué se me dio por escribirte. Será que estoy sentada en el balcón, que encontré una caja con fotos que me traje de Buenos Aires y me topé con miles de recuerdos. Y si lo pienso es muy loco. Porque cuando nos conocimos éramos dos pendejos que no sabían ni lo que querían. Y por una u otra cosa, amigos en común, mismo colegio, algunos gustos similares, fueron pasando los años y la confianza aumentó. ¡Tanto que hasta te adopté como el hermano que mis viejos no me dieron!

Fuiste y sos el único que me entiende todo. El que no tiene problema en retarme, en decirme que me mando cualquiera, o el que me alienta a que me juegue por lo que siento. Sos el que me conoce llorando, riéndome, densa, tranquila, malhumorada, molesta. Conoces cada una de mis caras, y asombrosamente me seguís queriendo, y me seguís sintiendo tu mejor amiga – y hermana, obvio-

Una de las cosas más lindas que me enseñaste, es que no es necesario vivir a dos cuadras uno del otro para sentirnos cerca. Que aunque yo este en un continente y vos en otro, aunque tengamos horarios distintos, aunque haya mares, océanos, ríos montañas y un millón de cosas entre nosotros, siempre vamos a ser los mismos. Yo siempre voy a ser esa pendeja celosa, posesiva, media loca y melosa. Y vos ese pendejo medio maduro, directo, un poquitín orgulloso y tiernito al mango.

Ojalá dentro de poco pueda correr a abrazarte de nuevo. Ojalá la vida nos encuentre en unos meses tomando un café- o una cerveza, si preferís- y recordando viejas anécdotas. Ojalá se cumpla eso que me escribiste, eso que pusiste en el papelito que sorpresivamente aparecío arriba de mi mesita de luz el día que te fuiste: “Las despedidas son promesas de futuros reencuentros”.

Te amo con todo mi ser hermano – el único que tuve y tendré-
Saludos desde Londres,

Solci
- la única hermana que tuviste y tendrás -



Que todo el mundo cabe en el teléfono
Que todo es perfecto, cuando te siento
Tan cerca aunque estes tan lejos.



Después de una tarde hermosa con mi mejor amigo, salió esto.
No me convence mucho, pero no quería quedarme con las ganas de escribir.
¡Saludos!
Gé-