martes, 1 de junio de 2010

{Corto} Tan Cerca

Tan Cerca


Londres siempre será mi lugar en el mundo. Lo supiste y lo sabes. Desde que entré a la facultad, a los 18, como una estudiante más, hasta que salí a los 24, ya convertida en abogada, tuve bien en claro que quería viajar.

En síntesis, la idea de venirme siempre estuvo en mí, pero si me costó terminar de decidirlo fue por vos. Sí, no te hagas el sorprendido, me daba cosita irme y pasar quién sabe cuanto tiempo sin verte en vivo y en directo – es el día de hoy que pasaron seis meses y te ví una sóla vez, aunque hablamos por emeeseene casi todas las noches-.

Me acuerdo patente el día que llegaste, porque yo estaba esperándote en el aeropuerto desde hacía una hora. Corrí a abrazarte porque lo necesitaba. Porque ni en Londres, ni Argentina, ni en ningún lugar del mundo voy a encontrar alguien que ocupe tu lugar. Vos te reíste como siempre – porque nunca vas a entender que yo sonría cuando estoy con vos simplemente porque sí- y me apretaste entre tus brazos. Sí, dale, admitilo, vos también me extrañabas.

Las dos semanas que pasaste aca me parecieron insignificantes, por lo que las exprimí al máximo. No todos los días uno pasea por las calles londinenses con su mejor amigo de toda la vida. ¿Te acordas de ese barcito que encontramos una de las tantas noches que salimos a dar una vueltita? Ese donde nos hicimos las estrellas y, con unas copitas de más, nos apropiamos del karaoke. Ahí también conocimos a Julie, la rubiecita inglesa hija de argentinos – aunque, cabe destacar, vos la conociste más en profundidad- que me ayudó en los días que quedaban a terminar de mostrarte la ciudad.

El día que te fuiste fue mas triste de lo que pensé. Creo incluso que cuando me fui de Argentina no sentí tanto desarraigo. Pero verte irte de nuevo, y sin la certeza de que en un tiempito volvería a pelearte, a abrazarte, a caminar con vos, me partieron en cuatro.

Los días que siguieron a nuestra segunda despedida fueron vacíos. Ya se me había hecho costumbre verte ir y venir en la cocina preparando alguno de tus platos especiales – porque eras músico pero habías heredado de tu mamá el amor por la cocina- o despertarme a la mañana porque te ponías a tocar la guitarra en el living. Es el día de hoy que me asomo al balcón y me acuerdo de las noches hablando de nada – o quizás de todo- tomando algo y cantando juntos – sí, está bien, confieso que me contagiaste el amor por la música a mi también. Yo no logré que a vos te gustaran las leyes, pero aún estamos a tiempo-

Y ahora no sé qué se me dio por escribirte. Será que estoy sentada en el balcón, que encontré una caja con fotos que me traje de Buenos Aires y me topé con miles de recuerdos. Y si lo pienso es muy loco. Porque cuando nos conocimos éramos dos pendejos que no sabían ni lo que querían. Y por una u otra cosa, amigos en común, mismo colegio, algunos gustos similares, fueron pasando los años y la confianza aumentó. ¡Tanto que hasta te adopté como el hermano que mis viejos no me dieron!

Fuiste y sos el único que me entiende todo. El que no tiene problema en retarme, en decirme que me mando cualquiera, o el que me alienta a que me juegue por lo que siento. Sos el que me conoce llorando, riéndome, densa, tranquila, malhumorada, molesta. Conoces cada una de mis caras, y asombrosamente me seguís queriendo, y me seguís sintiendo tu mejor amiga – y hermana, obvio-

Una de las cosas más lindas que me enseñaste, es que no es necesario vivir a dos cuadras uno del otro para sentirnos cerca. Que aunque yo este en un continente y vos en otro, aunque tengamos horarios distintos, aunque haya mares, océanos, ríos montañas y un millón de cosas entre nosotros, siempre vamos a ser los mismos. Yo siempre voy a ser esa pendeja celosa, posesiva, media loca y melosa. Y vos ese pendejo medio maduro, directo, un poquitín orgulloso y tiernito al mango.

Ojalá dentro de poco pueda correr a abrazarte de nuevo. Ojalá la vida nos encuentre en unos meses tomando un café- o una cerveza, si preferís- y recordando viejas anécdotas. Ojalá se cumpla eso que me escribiste, eso que pusiste en el papelito que sorpresivamente aparecío arriba de mi mesita de luz el día que te fuiste: “Las despedidas son promesas de futuros reencuentros”.

Te amo con todo mi ser hermano – el único que tuve y tendré-
Saludos desde Londres,

Solci
- la única hermana que tuviste y tendrás -



Que todo el mundo cabe en el teléfono
Que todo es perfecto, cuando te siento
Tan cerca aunque estes tan lejos.



Después de una tarde hermosa con mi mejor amigo, salió esto.
No me convence mucho, pero no quería quedarme con las ganas de escribir.
¡Saludos!
Gé-

1 comentario:

  1. De más está decir que esta entrada es la que más me gusta. Vos sabés por qué. Me veo yo y lo veo a él cuando leo esto.
    Una tarde jugando le dije que yo iba a llevarlo a Grecia, (claro, Grecia sin él, sin mi profesor de filosofía, no tendría sentido). Me desafió. Me dijo que no iba a tener plata para los dos pasajes nuncaaa! Con lo que pasamos y todo, el día que pueda, voy a invitarlo. Y se que no me va a decir que no.

    Vicky.

    ResponderEliminar

Y vos, ¿qué pensas?