Muchas veces nos sentimos atrapados en nuestra propia realidad. Creemos que las cosas nos pasan sólo a nosotros, y eso nos desespera. Historiales del Día a Día muestra distintas historias, distintas realidades, distintas posiciones ante la vida. Una variedad de experiencias para sentirnos identificados.
miércoles, 26 de mayo de 2010
Negociando Gasolina-La Fuga
martes, 18 de mayo de 2010
{Reflexión} Baradero.
lunes, 17 de mayo de 2010
{Corto} Domingo: punto FINAL-
Pero, por supuesto, siempre hay algo que puede volver tu domingo, más horrible que los habituales.
Te levantaste de la cama – enojada, porque es domingo- y viste la ropa que habías usado la noche anterior tirada en el piso. Pero no porque alguien te la hubiera sacado con desesperación para poder llegar a tus sábanas y perderse con vos en ellas. No. Eso era antes. Ahora estaba ahí porque era más cómodo dejarla tirada que ponerla en el tarro de la ropa para lavar.
Fuiste al baño, abriste la canilla del agua caliente de la ducha, y te miraste al espejo. Tu cara era igual que la de los domingos anteriores: la zona de alrededor de tus ojos estaba llena de rímel, delineador y sombra de ojos, que se mezclaban armoniosamente con unas lindas ojeras producto del poco dormir. También tenías el rush desparramado cual payaso – y estabas segura que algo de eso había en tu almohada también- pero no porque alguien te hubiera robado un par de besos apasionados la noche anterior. No. Eso era antes. Ahora eras la imitación de Piñón Fijo porque dormías boca abajo y no tuviste ganas de despintarte la boca cuando llegaste al departamento esa madrugada.
Te metiste a la ducha, con la intención de despertarte un poco y de pensar en nada. Pero claro, es domingo, y todas las cosas malas pasan los domingos. Empezaste a tener breves recuerdos de la noche anterior. Habías ido a una fiesta de un conocido con tus amigas. Buena música, tragos, gente copada, todos los elementos de un buen sábado estaban congeniados delante de tus ojos. No lo dudaste ni un segundo: esa noche había que disfrutarla, exprimirla hasta el último minuto.
Bailaste hasta más no poder con tus amigas y con gente que conociste ahí. Tomaste todo lo que encontraste a tu paso, la excusa siempre era brindar con alguien: con el cumplañero, con tus amigas, con los chicos, con el barman. Todo estaba permitido esa noche.
En un momento, les rogaste a tus amigas ir a dar una vueltita por el boliche para ver si encontrabas a alguien conocido que no hayas cruzado aún – recordemos que había que brindar con todos- Una se encargó de guiar a las demás, que como vos tenían altas dosis de alcohol en sangre. Iban formando un trencito, bailándo y riéndose de todo lo que se les venía a la mente. ¡Todo estaba saliendo tan bien!
Hasta que en un instante, te paraste en seco. Un par de tus amigas siguieron- las que iban delante tuyo en el tren y no se habían dado cuenta que perdieron un vagón- otras chocaron contra tu cuerpo y te preguntaron que pasaba. Pero no fue necesario que se lo dijeras. Bastaba con mirar la columna que tenían a cinco metros, donde una rubia –teñida, por supuesto- enredaba sus brazos en el cuello de un chico más alto, morocho, de pelo enrulado, ojos verdes y labios gruesos. Y no, no lograste ver esas facciones en ese momento- tenía los ojos cerrados, y los labios bastante ocupados- pero conocías cada rincón de su cuerpo de memoria. Después de todo, hasta hace poco menos de un mes, esos labios, esa cara y ese cuerpo, te pertenecían a vos.
Y claro, si ya es suficientemente malo ver a tu ex comerse a otra mina en tu cara, se vuelve peor cuando tenés encima unos cuantos litros de alcohol. Sin darles la oportunidad a tus amigas de frenarte, casi volaste a donde estaba él con la rubia teñida y comenzaste a darle un discursito – a los gritos, obvio- de moral, códigos, y buenas costumbres. La chica prácticamente huyó, y él se quedó mirándote atónito – nunca pensó en encontrarte ahí, claro está: la fiesta era de uno de sus amigos y jamás creyó que vos fueras-.
Tus amigas te rescataron de esa situación cuando ya eras un mar de lágrimas. Intentaron convencerte de que no todo era malo, pero vos insististe en irte a tu casa. La fiesta perfecta había terminado y no había nada que la trajera de nuevo a vos.
Como ya sabemos, todo esto llevó a que te quedaras dormida después de tanto llorar, y que te despiertes con la noción de que era domingo y de los peores.
Ahora, más tranquila, después de un baño reflexivo y con la cara de alguien normal, llegas a la conclusión de que estaría bueno poder desadmitir a la gente de tu vida como del msn- especialmente cuando se trata de ex novios despechados- o tener un control remoto que te permita rebobinar escenas de la vida para enmendar errores.
Pero también pensas que sería mejor todavía – e incluso, más posible- decirle basta a una situación que ya te sofoca, que te lastima. Poder ponerle punto final a los domingos depresivos, a los sábados mal terminados, a las noches, mañanas o tardes que se inundan de pensamientos del tipo ¿me extraña? ¿está con otra? ¿volveremos?. Deseaste con todas tus fuerzas poder entender y aceptar, que las respuestas las tiene el tiempo, que por más que luches, llores, patalees y te enojes: sólo va a ser si tiene que ser.
Y entre tanta reflexión, comprendiste que no era el fin de tu mundo ni mucho menos. ¡Si tanta gente sobrevive a una ruptura, ¿por qué vos no?! La clave estaba en darse cuenta que él no iba a lastimarte si vos no se lo permitías. Que él iba a influenciar tus estados de ánimo y tu vida hasta el punto en que vos se lo permitieses. Eras vos y sólo vos, la que podías marcar un límite. El límite entre lo que fue, y lo que iba a ser.
Sonreíste. No era fácil, porque implicaba luchar contra vos misma, contra lo que sentías cuando lo veías, contra tus ganas de tenerlo, tu costumbre de extrañarlo. Lo bueno era que los desafíos eran claramente lo tuyo. No eras fuerte, pero sí perseverante. Tenías miedo, pero creías que era mejor convivir con eso que con el dolor.
Te abrazaste a vos misma, y sonreíste mas. Pusiste música fuerte y empezaste a bailar por el comedor. Te diste cuenta que más de una vez se te iba a mover el piso cuando te lo nombraran, e incluso cabía la posibilidad de que te lo moviera él. Había que estar tranquila, y mantener la calma: eso te pasaba a vos, pero también le pasaba a otros. Y si esos otros, habían traspasado la tormenta, no había dudas de que vos también.
Recordaste las palabras de una colega y bailaste con más ganas: después de todo, las computadoras se rompen, la gente se muere, y las relaciones terminan. Lo mejor que podemos hacer, es respirar y reiniciar.
Deja de fumar que el humo me molesta
Eres la manzana que no quiero ni morder
No me digas que pretendes ser mi amante
Yo no necesito ningún vigilante
Para ti yo soy mucha mujer
viernes, 14 de mayo de 2010
{Corto} Chiquitita
los cuentos, nada más.
Nadie me cree cuando digo que alguien se enamoró de mí desde el primer momento en que me vio. Él siempre me lo cuenta. Y yo lo siento así. ¡Si cada vez que lo veo el corazón me late fuerte! Me río, el se ríe, me abraza y me dice que soy la chiquita más linda de todas. Y yo le creo, ¿por qué no? Para mí, él siempre será el más lindo de todos. El único hombre de mi vida, como siempre me hace decirle.
Ahora por ejemplo, tengo una foto de él en la mesa de luz. Y la miro, la miro, la miro porque lo extraño.Se fue hace rato, pero me prometió que iba a volver. Por supuesto que le creo. El nunca me miente. Por eso lo espero. Por eso miro la foto, porque no me quiero olvidar de él.
Estaba acostumbrada a tenerlo para mí siempre. A que lo llame desde el cuarto y el venga corriendo, aunque este hablando por teléfono o haciendo algo en la computadora. Y nunca me decía que no, ni se enojaba conmigo si lo que quería era que bajara al kiosco a comprarme chocolate. Yo me reía, y él iba.
Y como él no está, me aburro, no tengo nada que hacer. Entonces agarro las pinturas que me regaló - porque me encanta pintar - y hago un corazón grande en la hoja, con una sonrisa - como la mía, como la de él-. Espero que se seque y miro por la ventana a ver si llega. Pero su auto negro - que también es mío- no está en la puerta. Con un puchero vuelvo a mi silla, a seguir esperando. No me gusta esperar. Soy inquieta, como él. Todo como él. Porque soy su chiquitita.
Agarro el portaretrato y bajo corriendo las escaleras - poque él no está, sino ya me hubiera retado -. Llego a la cocina, me subo a la silla y busco su taza. La pongo arriba de la mesa, junto con las galletitas y la foto. Miro de nuevo por la ventana- pero de la cocina- y el auto no está. Ahora estoy enojada. Entonces voy al living a que alguien me explique por qué no volvió.
- Lili - y cuando me escucha se asusta, porque cree que estoy durmiendo (pero nunca duermo la siesta, ella sola se cree eso)
- ¿Qué pasa Pili? - ella parece mi abuela, pero no es.
- ¿Cuándo llega papá? - y pongo mi puchero como él me enseñó. Porque dice que con eso puedo convencer a cualquiera.
- En un rato Pi - y viene hasta donde estoy y me quiere hacer upa, pero yo no la dejo.
- Soy grande Lili, ¡no quiero upa! - me cruzo de brazos, y sigo con mi puchero.
Lili se ríe y no me cree. Yo me enojo más y me siento en el escaloncito que está delante de la puerta de entrada. El reloj se mueve despacito, y yo le pregunto a Lili si tiene pilas, y ella me dice que sí. Para mí que me miente, porque hace rato que está en el cinco y el nueve. Sí, tengo 4 años y se los números. Papá me los enseñó porque él trabaja con los números. El cuenta los números de otra gente, y por eso es contador. A mí los números no me gustan pero me gusta que él me los dibuje y me cante canciones.
Cuando la veo a Lili queriendo sacar la foto de la mesa la reto, y le pido que la deje. Pero también le digo gracias porque me hizo acordar que dejé el dibujo secandose arriba. Entonces subo las escaleras despacito- porque ahora está Lili y me reta, o le cuenta a Papá y Papá me reta-. Me subo al banquito de nuevo, agarro el dibujo y miro por la ventana. Y veo un auto negro en la puerta. Entonces corro rápido, y bajo las escaleras rápido y salto el último escalón - y Lili me reta-. Llego a la puerta cuando él la está abriendo. Me paro delante de él con mi dibujito y le hago una sonrisita linda - porque él me enseñó que las sonrisitas lindas son sólo para él-.
El se ríe también, y se agacha a mi altura.
- ¿Estuviste pintando, pioja? - y yo le digo que sí con la cabeza, y el corazón me late fuerte. Quiero que me abrace, pero él mira el dibujo y a mí no.- ¿qué pasa Pi? - me mira porque le pongo cara de enojada.
- No me saludaste todavía, papá - cruzo los brazos y pongo puchero. Lili se ríe. Él me mira y me abre los brazos. Yo lo abrazo y él me hace upa. Me llena la cara de besos y yo me río.
- No, Martín - Lili lo mira seria, retandolo. Y yo me enojo con ella porque ahora mi papá no me da más besos - Pilar me dijo que es grande, que no quiere que le hagan upa.
Entonces mi papá me mira con una cara graciosa, me abre mucho los ojos, y me pone puchero.
- ¿Cómo es eso que sos grande, vos? ¿Que te dijo papá?
Yo me río, y lo abrazo más fuerte. El me hace girar, Lili se ríe también.
- ¿Que te dijo papá Pili? - me pregunta de nuevo porque piensa que me olvidé.
- Que soy su chiquitita - se lo digo entre risas, y con todos mis rulos en la cara. El me los corre y me da un beso.
- ¿Y qué más te dice papá?
- Que me ama mucho.
- Mucho - y dice muchas veces la 'u', y me causa gracia me deja en el suelo y me señala con el dedo - ¿vos no sos grande, me escuchaste?
Le digo que sí con la cabeza y me río. El sabe que yo digo eso porque no me gusta que los otros me hagan upa.
- ¿Quién sos vos? - y me sigue apuntando con el dedo, y me aprieta la nariz.
- La chiquitita de papá.
Ahora me hace upa de nuevo, me tira por el aire y me vuelve a agarrar. Me lleva a la cocina y nos ponemos a merendar los dos.
¿Ven? Ahí tienen todos los que no me creen. Mi papá me ama desde que nací, desde que me vió, desde chiquitita. Y yo siempre voy a ser su chiquitita, entonces me va a amar siempre.
{Corto} Inmortal
Estabas parada en la puerta de su casa con tu pantalón tiro alto y tu camisa cincuentona. Esperabas ansiosa que te abra porque tenías un poco de frío. Cuando lo hizo se te dibujó una sonrisa sincera en el rostro, y lo abrazaste fuerte- como cada vez que lo veías-. Te invitó a pasar y automáticamente te dirigiste al living. Su casa era la tuya y viceversa, y eso no cambiaría nunca.
Sonreíste cuando llegaste y viste la computadora prendida y un videojuego en pausa en la pantalla, porque tenía dieciocho pero hacía las mismas cosas que a los trece cuando lo conociste.
Él también se hizo presente en la habitación, y no obvió – como cada vez – darte una palmadita cerca del cuello, donde tenías tatuado – no de casualidad – lo mismo que él en la muñeca.
Prácticamente te echó de la silla para poder seguir con su jueguito. Lástima que sin querer apretaste el botón de escape y se cerró. Te miró con ganas de estrangularte, pero tu sonrisa de nena buena le recordó que eras su mejor amiga y que a vos todo se te perdonaba.
Esperaron al resto de sus amigos charlando de la vida. De su futuro ingreso a
El resto se hizo presente, y después de brindar porque era jueves a la noche y ustedes eran amigos, emprendieron viaje – a pie – al bar en donde tu mejor amiga festejaba su cumpleaños.
Entraste ya bailando junto a los otros dos miembros femeninos del grupo, y esperaste a que él y tus otros dos amigos las alcanzaran.
Te encargaste de buscar con la mirada a tu amiga, pero no la encontraste, así que decidiste perderte en la multitud para localizarla.
Medio minuto después de haber movilizado tu cuerpo él estaba atrás tuyo para acompañarte, porque no le gustaba dejarte sola en esos lugares – “¡mirá si te pasa algo y yo no estoy para trompear al responsable!”-. Recorrieron la mitad del bar entre canciones y saludos a conocidos hasta que la encontraste y la abrazaste fuerte – aunque no tanto como a él- le deseaste un feliz cumpleaños y le preguntaste por su nuevo candidato – facebook te había informado esa misma tarde que ella tenía una relación nueva y había osado no contarte nada-.
Él se aclaró la garganta dándote a entender que él también quería saludarla y rogándote que dejaras tu charla de peluquería para otro momento porque sino los agarraba la madrugada.
Lo dejaste abrazarla- pero no tan fuerte como a vos- y arreglaste con ella una tarde de chusmeríos y mates para la tarde siguiente.
Te agarró la mano – porque perder a una persona tan pequeña como vos en la multitud no requería de mucho esfuerzo- y te llevó hasta donde estaban todavía sus amigos.
Vos y tus amigas se dedicaron exclusivamente a mover el esqueleto. Ellos al principio se coparon, y después de un rato empezaron a echar raíces en las mesitas cerca de la barra.
Un flaco que revoloteaba cerca de ustedes sacó a bailar a tu amiga, y vos y la otra se dirigieron – ni lerdas ni perezosas- hacia donde estaban sus amigos. La realidad es que a vos bailar con un desconocido y soportar que te explique por qué sos la mujer perfecta para él, te recite una lista de piropos patéticamente conseguidos luego de mandar un sms al 2020, consiga lo que quiere y te abandone cual paquete en el medio de la pista, no te atraía en lo más mínimo.
Te sentaste para descansar un poco las piernas y le robaste a él un poco de su trago.
Eras una persona inquieta, así que cinco minutos después de haberte sentado querías dar una vuelta para ver quién está. Nuevamente, medio segundo después de que te paraste él estaba detrás de vos dispuesto a seguirte hasta el infinito y mas allá.
Esta vez lo abrazaste por la cintura, él pasó su mano por tu hombro y caminaron abriéndose paso entre la gente. ¡Te sentías tan bien con él! Era la única persona en la faz de la tierra capaz de transmitirte una paz increíble tan sólo mirándote a los ojos. Con él nada te resultaba peligroso o aterrador. Era la única persona que tenía permiso vitalicio para darte vuelta la vida. Nunca entendiste – ni entendes- por qué es que lo amas tanto.
La vuelta terminó en la otra barra del boliche, donde él se encargó de pedir – sin que se lo dijeras por supuesto – dos medidas de licor y un energizante. Su rutina de todos los sábados – o jueves- de bar.
Con tu trago en la mano le sonreíste mirándolo a los ojos y sentiste como tu corazón latía un poco más apresurado. ¡Lo querías tanto! Nunca habías podido explicar con palabras lo que te producía su simple presencia. Claramente, él se había convertido en tu oxígeno, y amabas que eso fuera así.
Después de revisar su celular se volvió a mirarte – vos ya estabas cómodamente sentada en un banco alto – y se rió porque sólo así tu cabeza quedaba a la altura de la de él. Te recordó que quería hablar con vos de algo, y lo alentaste a que lo hiciera porque la intriga te mataba.
Vos sabías que él te amaba incondicionalmente como vos a él. Y tenías bien en claro que por él dabas la vida y un poco más – y sabías también, que eso era un sentimiento mutuo-.
Lo que evidentemente no sabías – y quizas, por eso no tuviste reacción alguna por dos minutos seguidos- que ese jueves en la noche, en el cumpleaños de tu mejor amiga, en el bar de siempre y siguiendo la misma rutina, ibas a descubrir que su cara vista de cerca era más perfecta que cualquiera con la que te hayas topado, o que sus ojos reflejaban sentimientos más profundos que los que vos solías ver. No sabías hasta ese momento que sus manos le resultaban tan suaves a tu tacto, ni que su boca podía amoldarse perfectamente a la tuya.
Descubriste en ese instante, que sus besos serían una completa adicción para tu organismo, y él dejaría de ser tu aire para convertirse en tus pulmones.
Jamás imaginaste, en tus diecinueve años de vida, que la amistad y el amor podían congeniarse en una misma persona – y menos aún, que serías vos la privilegiada a la que ese ser tan perfecto y real estaría besando un jueves a la noche, en el bar de siempre, en la mitad del cumpleaños de tu mejor amiga-.
Cuando te separaste de él – no porque quisieras hacerlo, sino porque el que él fuera tu aire lamentablemente era una metáfora, y el oxígeno real tenía que ingresar a tu organismo- lo miraste entre sorprendida y enamorada. Él te abrazó y te prestó su pecho para que colocaras tu cabeza y escucharas cómo los latidos de su corazón intentaban alcanzar la velocidad de un cohete. Te besó la frente y te susurró que te amaba. Pero esta vez fue distinta.
Distinta porque habías dejado de ser su mejor amiga. Distinta porque ahora eras su amor. Distinta porque fue la primera vez que sus amigos los vieron abrazados y pidieron explicaciones. Distinta porque tu sonrisa había pasado de ser sincera y divertida, para ser enamorada y pícara. Distinta porque desde ese momento comprendiste que no querías vivir tu vida lejos de él. Distinta porque tenías en claro que lo amabas de otra manera. Distinta porque nunca las palabras que ambos tenían tatuadas, habían significado tanto: eternidad.