lunes, 17 de mayo de 2010

{Corto} Domingo: punto FINAL-

El domingo es, lejos, el día más depresivo de la semana. Domingo equivale a despertarte con una maraña de pelos sobre tu cabeza, el maquillaje corrido, los ojos hinchados. Domingo significa empezar a pensar que al otro día volves a la rutina de escuchar la alarma a las seis de la mañana, levantarte y suspirar porque falta mucho para el viernes. Todo es feo un domingo, al menos en el transcurso de las dos primeras horas desde que abrís los ojos- hinchados, vale recordar.
Pero, por supuesto, siempre hay algo que puede volver tu domingo, más horrible que los habituales.

Te levantaste de la cama – enojada, porque es domingo- y viste la ropa que habías usado la noche anterior tirada en el piso. Pero no porque alguien te la hubiera sacado con desesperación para poder llegar a tus sábanas y perderse con vos en ellas. No. Eso era antes. Ahora estaba ahí porque era más cómodo dejarla tirada que ponerla en el tarro de la ropa para lavar.

Fuiste al baño, abriste la canilla del agua caliente de la ducha, y te miraste al espejo. Tu cara era igual que la de los domingos anteriores: la zona de alrededor de tus ojos estaba llena de rímel, delineador y sombra de ojos, que se mezclaban armoniosamente con unas lindas ojeras producto del poco dormir. También tenías el rush desparramado cual payaso – y estabas segura que algo de eso había en tu almohada también- pero no porque alguien te hubiera robado un par de besos apasionados la noche anterior. No. Eso era antes. Ahora eras la imitación de Piñón Fijo porque dormías boca abajo y no tuviste ganas de despintarte la boca cuando llegaste al departamento esa madrugada.

Te metiste a la ducha, con la intención de despertarte un poco y de pensar en nada. Pero claro, es domingo, y todas las cosas malas pasan los domingos. Empezaste a tener breves recuerdos de la noche anterior. Habías ido a una fiesta de un conocido con tus amigas. Buena música, tragos, gente copada, todos los elementos de un buen sábado estaban congeniados delante de tus ojos. No lo dudaste ni un segundo: esa noche había que disfrutarla, exprimirla hasta el último minuto.

Bailaste hasta más no poder con tus amigas y con gente que conociste ahí. Tomaste todo lo que encontraste a tu paso, la excusa siempre era brindar con alguien: con el cumplañero, con tus amigas, con los chicos, con el barman. Todo estaba permitido esa noche.

En un momento, les rogaste a tus amigas ir a dar una vueltita por el boliche para ver si encontrabas a alguien conocido que no hayas cruzado aún – recordemos que había que brindar con todos- Una se encargó de guiar a las demás, que como vos tenían altas dosis de alcohol en sangre. Iban formando un trencito, bailándo y riéndose de todo lo que se les venía a la mente. ¡Todo estaba saliendo tan bien!

Hasta que en un instante, te paraste en seco. Un par de tus amigas siguieron- las que iban delante tuyo en el tren y no se habían dado cuenta que perdieron un vagón- otras chocaron contra tu cuerpo y te preguntaron que pasaba. Pero no fue necesario que se lo dijeras. Bastaba con mirar la columna que tenían a cinco metros, donde una rubia –teñida, por supuesto- enredaba sus brazos en el cuello de un chico más alto, morocho, de pelo enrulado, ojos verdes y labios gruesos. Y no, no lograste ver esas facciones en ese momento- tenía los ojos cerrados, y los labios bastante ocupados- pero conocías cada rincón de su cuerpo de memoria. Después de todo, hasta hace poco menos de un mes, esos labios, esa cara y ese cuerpo, te pertenecían a vos.

Y claro, si ya es suficientemente malo ver a tu ex comerse a otra mina en tu cara, se vuelve peor cuando tenés encima unos cuantos litros de alcohol. Sin darles la oportunidad a tus amigas de frenarte, casi volaste a donde estaba él con la rubia teñida y comenzaste a darle un discursito – a los gritos, obvio- de moral, códigos, y buenas costumbres. La chica prácticamente huyó, y él se quedó mirándote atónito – nunca pensó en encontrarte ahí, claro está: la fiesta era de uno de sus amigos y jamás creyó que vos fueras-.

Tus amigas te rescataron de esa situación cuando ya eras un mar de lágrimas. Intentaron convencerte de que no todo era malo, pero vos insististe en irte a tu casa. La fiesta perfecta había terminado y no había nada que la trajera de nuevo a vos.

Como ya sabemos, todo esto llevó a que te quedaras dormida después de tanto llorar, y que te despiertes con la noción de que era domingo y de los peores.
Ahora, más tranquila, después de un baño reflexivo y con la cara de alguien normal, llegas a la conclusión de que estaría bueno poder desadmitir a la gente de tu vida como del msn- especialmente cuando se trata de ex novios despechados- o tener un control remoto que te permita rebobinar escenas de la vida para enmendar errores.

Pero también pensas que sería mejor todavía – e incluso, más posible- decirle basta a una situación que ya te sofoca, que te lastima. Poder ponerle punto final a los domingos depresivos, a los sábados mal terminados, a las noches, mañanas o tardes que se inundan de pensamientos del tipo ¿me extraña? ¿está con otra? ¿volveremos?. Deseaste con todas tus fuerzas poder entender y aceptar, que las respuestas las tiene el tiempo, que por más que luches, llores, patalees y te enojes: sólo va a ser si tiene que ser.

Y entre tanta reflexión, comprendiste que no era el fin de tu mundo ni mucho menos. ¡Si tanta gente sobrevive a una ruptura, ¿por qué vos no?! La clave estaba en darse cuenta que él no iba a lastimarte si vos no se lo permitías. Que él iba a influenciar tus estados de ánimo y tu vida hasta el punto en que vos se lo permitieses. Eras vos y sólo vos, la que podías marcar un límite. El límite entre lo que fue, y lo que iba a ser.

Sonreíste. No era fácil, porque implicaba luchar contra vos misma, contra lo que sentías cuando lo veías, contra tus ganas de tenerlo, tu costumbre de extrañarlo. Lo bueno era que los desafíos eran claramente lo tuyo. No eras fuerte, pero sí perseverante. Tenías miedo, pero creías que era mejor convivir con eso que con el dolor.

Te abrazaste a vos misma, y sonreíste mas. Pusiste música fuerte y empezaste a bailar por el comedor. Te diste cuenta que más de una vez se te iba a mover el piso cuando te lo nombraran, e incluso cabía la posibilidad de que te lo moviera él. Había que estar tranquila, y mantener la calma: eso te pasaba a vos, pero también le pasaba a otros. Y si esos otros, habían traspasado la tormenta, no había dudas de que vos también.
Recordaste las palabras de una colega y bailaste con más ganas: después de todo, las computadoras se rompen, la gente se muere, y las relaciones terminan. Lo mejor que podemos hacer, es respirar y reiniciar.


Ya no queda nadie, se acabo la fiesta
Deja de fumar que el humo me molesta
Eres la manzana que no quiero ni morder
No me digas que pretendes ser mi amante
Yo no necesito ningún vigilante
Para ti yo soy mucha mujer

1 comentario:

  1. 1- me siento halagada
    2- dice un viejo proverbio que nunca es más oscura la noche, como cuando está por amanecer. 3- hacele caso a Freddie, the SHOW MUST GO ON

    ResponderEliminar

Y vos, ¿qué pensas?