viernes, 14 de mayo de 2010

{Corto} Inmortal

Estabas parada en la puerta de su casa con tu pantalón tiro alto y tu camisa cincuentona. Esperabas ansiosa que te abra porque tenías un poco de frío. Cuando lo hizo se te dibujó una sonrisa sincera en el rostro, y lo abrazaste fuerte- como cada vez que lo veías-. Te invitó a pasar y automáticamente te dirigiste al living. Su casa era la tuya y viceversa, y eso no cambiaría nunca.

Sonreíste cuando llegaste y viste la computadora prendida y un videojuego en pausa en la pantalla, porque tenía dieciocho pero hacía las mismas cosas que a los trece cuando lo conociste.

Él también se hizo presente en la habitación, y no obvió – como cada vez – darte una palmadita cerca del cuello, donde tenías tatuado – no de casualidad – lo mismo que él en la muñeca.

Prácticamente te echó de la silla para poder seguir con su jueguito. Lástima que sin querer apretaste el botón de escape y se cerró. Te miró con ganas de estrangularte, pero tu sonrisa de nena buena le recordó que eras su mejor amiga y que a vos todo se te perdonaba.

Esperaron al resto de sus amigos charlando de la vida. De su futuro ingreso a la Universidad, de las materias que vos ya estabas cursando – porque eras un poquitito más grande que él, pero eso hizo que vos empezaras la facultad un año antes, sin él- y de la chica o el chico que no los enamoraba ni un poco pero volvía la noche un poco más interesante.

El resto se hizo presente, y después de brindar porque era jueves a la noche y ustedes eran amigos, emprendieron viaje – a pie – al bar en donde tu mejor amiga festejaba su cumpleaños.

Entraste ya bailando junto a los otros dos miembros femeninos del grupo, y esperaste a que él y tus otros dos amigos las alcanzaran.

Te encargaste de buscar con la mirada a tu amiga, pero no la encontraste, así que decidiste perderte en la multitud para localizarla.

Medio minuto después de haber movilizado tu cuerpo él estaba atrás tuyo para acompañarte, porque no le gustaba dejarte sola en esos lugares – “¡mirá si te pasa algo y yo no estoy para trompear al responsable!”-. Recorrieron la mitad del bar entre canciones y saludos a conocidos hasta que la encontraste y la abrazaste fuerte – aunque no tanto como a él- le deseaste un feliz cumpleaños y le preguntaste por su nuevo candidato – facebook te había informado esa misma tarde que ella tenía una relación nueva y había osado no contarte nada-.

Él se aclaró la garganta dándote a entender que él también quería saludarla y rogándote que dejaras tu charla de peluquería para otro momento porque sino los agarraba la madrugada.

Lo dejaste abrazarla- pero no tan fuerte como a vos- y arreglaste con ella una tarde de chusmeríos y mates para la tarde siguiente.

Te agarró la mano – porque perder a una persona tan pequeña como vos en la multitud no requería de mucho esfuerzo- y te llevó hasta donde estaban todavía sus amigos.

Vos y tus amigas se dedicaron exclusivamente a mover el esqueleto. Ellos al principio se coparon, y después de un rato empezaron a echar raíces en las mesitas cerca de la barra.

Un flaco que revoloteaba cerca de ustedes sacó a bailar a tu amiga, y vos y la otra se dirigieron – ni lerdas ni perezosas- hacia donde estaban sus amigos. La realidad es que a vos bailar con un desconocido y soportar que te explique por qué sos la mujer perfecta para él, te recite una lista de piropos patéticamente conseguidos luego de mandar un sms al 2020, consiga lo que quiere y te abandone cual paquete en el medio de la pista, no te atraía en lo más mínimo.

Te sentaste para descansar un poco las piernas y le robaste a él un poco de su trago.

Eras una persona inquieta, así que cinco minutos después de haberte sentado querías dar una vuelta para ver quién está. Nuevamente, medio segundo después de que te paraste él estaba detrás de vos dispuesto a seguirte hasta el infinito y mas allá.

Esta vez lo abrazaste por la cintura, él pasó su mano por tu hombro y caminaron abriéndose paso entre la gente. ¡Te sentías tan bien con él! Era la única persona en la faz de la tierra capaz de transmitirte una paz increíble tan sólo mirándote a los ojos. Con él nada te resultaba peligroso o aterrador. Era la única persona que tenía permiso vitalicio para darte vuelta la vida. Nunca entendiste – ni entendes- por qué es que lo amas tanto.

La vuelta terminó en la otra barra del boliche, donde él se encargó de pedir – sin que se lo dijeras por supuesto – dos medidas de licor y un energizante. Su rutina de todos los sábados – o jueves- de bar.

Con tu trago en la mano le sonreíste mirándolo a los ojos y sentiste como tu corazón latía un poco más apresurado. ¡Lo querías tanto! Nunca habías podido explicar con palabras lo que te producía su simple presencia. Claramente, él se había convertido en tu oxígeno, y amabas que eso fuera así.

Después de revisar su celular se volvió a mirarte – vos ya estabas cómodamente sentada en un banco alto – y se rió porque sólo así tu cabeza quedaba a la altura de la de él. Te recordó que quería hablar con vos de algo, y lo alentaste a que lo hiciera porque la intriga te mataba.

Vos sabías que él te amaba incondicionalmente como vos a él. Y tenías bien en claro que por él dabas la vida y un poco más – y sabías también, que eso era un sentimiento mutuo-.

Lo que evidentemente no sabías – y quizas, por eso no tuviste reacción alguna por dos minutos seguidos- que ese jueves en la noche, en el cumpleaños de tu mejor amiga, en el bar de siempre y siguiendo la misma rutina, ibas a descubrir que su cara vista de cerca era más perfecta que cualquiera con la que te hayas topado, o que sus ojos reflejaban sentimientos más profundos que los que vos solías ver. No sabías hasta ese momento que sus manos le resultaban tan suaves a tu tacto, ni que su boca podía amoldarse perfectamente a la tuya.

Descubriste en ese instante, que sus besos serían una completa adicción para tu organismo, y él dejaría de ser tu aire para convertirse en tus pulmones.

Jamás imaginaste, en tus diecinueve años de vida, que la amistad y el amor podían congeniarse en una misma persona – y menos aún, que serías vos la privilegiada a la que ese ser tan perfecto y real estaría besando un jueves a la noche, en el bar de siempre, en la mitad del cumpleaños de tu mejor amiga-.

Cuando te separaste de él – no porque quisieras hacerlo, sino porque el que él fuera tu aire lamentablemente era una metáfora, y el oxígeno real tenía que ingresar a tu organismo- lo miraste entre sorprendida y enamorada. Él te abrazó y te prestó su pecho para que colocaras tu cabeza y escucharas cómo los latidos de su corazón intentaban alcanzar la velocidad de un cohete. Te besó la frente y te susurró que te amaba. Pero esta vez fue distinta.

Distinta porque habías dejado de ser su mejor amiga. Distinta porque ahora eras su amor. Distinta porque fue la primera vez que sus amigos los vieron abrazados y pidieron explicaciones. Distinta porque tu sonrisa había pasado de ser sincera y divertida, para ser enamorada y pícara. Distinta porque desde ese momento comprendiste que no querías vivir tu vida lejos de él. Distinta porque tenías en claro que lo amabas de otra manera. Distinta porque nunca las palabras que ambos tenían tatuadas, habían significado tanto: eternidad.

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