Después de unas semanas, me decidí y fui a Misa con Tati, mi compañera de cuarto. Tengo que destacar que cuando llegué a la Iglesia del Salvador, a pocas cuadras de nuestra Residencia, tuve una inmensa sensación de calidez. Me sentía como en casa, y eso me hizo sonreir.
Como siempre, fui directo a buscar el cancionero, porque amo cantar, y comencé a inspeccionar las canciones previstas para ese día.
Me sentía verdaderamente tranquila, feliz. Había estado todo el día pensando en ofrecer la Misa por el cumpleaños de uno de mis amigos del grupo Misionero, incluso.
Después de oír la primer y segunda lectura, que el propio sacerdote catalogó como "las que no te dejan dormir tranquilo" llegó el momento del Evangelio, y de la homilía. Siempre me gustaron mucho las que dicta el Padre Andrés, porque es jóven, simpático y explica increíblemente bien cada lectura. Pero la de hoy fue especial, me dejó reculando.
En general me gusta prestar atención a lo que dice la gente, aunque confieso que por ahí me voy por las nubes un segundo y regreso cazando una frase al azar. Hoy, después de esa vuelta, la frase que resonó en mis oídos y que aún no se va de mi cabeza fue: "Por eso nos critican los de afuera, porque nos ven acá rezando y después salimos y hacemos cualquier cosa. Los primeros Cristianos predicaban y transformaban la sociedad con hechos, con actitudes, y lo hacían aunque eran concientes que serían castigados con la muerte"
Puedo jurar, que desde ese momento mi mente hizo como un rebobinar en mis actitudes de los últimos meses. Y fue como un click. Porque sí, hacía mucho que no iba a Misa, y me ponía como excusa el "no tengo tiempo". Entonces una voz en mi cabeza me decía "flaca, si tuviste tiempo de estar en la PC, de rezongar porque no querías estudiar, de mirar una película, de dar una vuelta por el barrio, de boludear un buen rato en facebook, ¿no tenes una hora para ir a la Iglesia, que te queda a dos cuadras?". O después, también hace bastante que no me confieso, y mi excusa era: "Mauricio (mi director espiritual) no está, se fue de viaje, vive lejos, no puedo ir, está estudiando, y me quiero confesar con él" Así se me pasó un año, un año y medio, y nada. Pero ahora que pienso (o quizás, ahora que esa vocecita me vuelve a hablar) reflexiono "¿No podía confesarme con otro? ¿No era más importante el estar en paz, el tener la conciencia tranquila, que la costumbre de confesarse con Mauricio?
Digamos que tuve una especie de exámen de conciencia en medio de la Misa. Y en el momento de la Comunión - en la que obviamente no comulgué porque me sentía bastante mierda- cerré los ojos un segundo, los abrí y vi la imagen de Cristo en lo alto. Y seguía sintiendome en paz, pero a la vez me sentía culpable. Vi en sus ojos el perdón, se que me perdonó igual que me perdona cada vez que me mando alguna. Pero no podía dejar de sentirme mal, de sentir que lo defraudé. Y si hay algo que odio es defraudar a la gente. Mi maldita autoexigencia no me permite hacer nada mal a conciencia - o me hace sentir mal cuando lo hago- Tuve unas inmensas ganas de llorar. Necesitaba el abrazo de alguno de mis compañeros del grupo, que quizás son uno de los pocos que comprenden todo esto que me pasa.
Y es verdad lo que decía Andres. Es verdad que salimos de la Iglesia y el Evangelio que escuchamos se nos sale por el oído. Nos olvidamos constantemente de lo que Cristo nos dice. Y gracias a eso, la sociedad tiene la visión de la Iglesia y de los Cristianos que tiene. O Peor, gracias a nosotros, tienen la imagen de Cristo que tienen. ¿Y qué culpa tiene Cristo de que nosotros seamos unos desagradecidos, unos vagos, que no nos importe nada más que nuestro ombligo? Me pongo a pensar y me da vergüenza ajena. Porque nosotros, los cristianos, los que elegimos seguirlo y conocerlo, somos sus brazos, su boca, sus oídos. Nosotros tenemos que dar el ejemplo, nosotros somos discípulos. Y lo hacemos mal, muy mal. O al menos yo siento que hago las cosas muy muy mal. Porque confieso que muchas veces -por no decir casi siempre- tengo mi mente ocupada en la cartera o el jean que me quiero comprar y no en estar en paz. Confieso que hablo de lo mal que está la sociedad, de la cantidad de gente que veo durmiendo en la calle y de lo mal que me hace, pero nunca me acerqué a ellos para ofrecerles comida o unas simples palabras.
Confieso que soy una vergüenza. Y peor me hace sentir que él sea tan bueno, tan inmenso y tan bondadoso que me perdone todas. Y que encima me bendiga con la cantidad de cosas que me está regalando últimamente. Me siento una desagradecida, me siento una inútil. Por eso hoy me propuse cambiar, de a poco, pero cambiar. Porque quiero que Él se sienta orgulloso de mí. Porque quiero cambiar la visión del cristiano que tiene la sociedad, al menos el de mi entorno. Porque quiero que sea Él quien hable por mí, quien guíe mis pasos. Solo él. ¿Quién mejor?
A veces me siento alejado, la vergüenza no me deja ni hablar.
Sólo se que me duele verte clavado, porque me olvido de lo mucho que me amas.
Quiero volver a serte fiel.
Toma de mi lo que te sirva, PARA DARLO A LOS DEMÁS.
Toma de mi lo que te sirva, no me guardo nada más.
Hoy quiero ser tu instrumento, y predicar tu Gran Verdad.
la de tu palabra, la de tu cuerpo, la de tu amor eterno,
la de amar al más pequeño.
Trato de encontrarte en mis hermanos, pero se me hace imposible sin amor.
Soy débil y te pido que tus manos, abran de par en par mi corazón.