martes, 17 de julio de 2012

Incompetentes | Capítulo Cinco


V.                    Contradicción

El bar de la esquina está lleno de gente, en su mayoría abogados que se encuentran con clientes para discutir detalles de sus casos. La razón de esa calidad de gente es que Victoria vive cerca de tribunales, entonces los doctores son habitués del barrio. De todas maneras, poco importa eso a la historia. Después de todo, la persona a la que ella espera no es un abogado todavía, aunque esté en sus planes serlo. Revisa su celular cada cinco milisegundos. Si hay algo que odia es estar sola y que el mozo se le acerque a tomarle el pedido. Nunca sabe qué hacer. “Estoy esperando a alguien”  con su mejor cara de póker. Y lo putea internamente, claro. Son ocho menos veinticinco y Benjamín no llegó al bar. No puede levantarse e irse porque ya se vendió con el mozo, aunque peor sería estar ahí dos horas seguidas y que nadie llegue jamás. Quizás lo mejor sea pedirse un café y, en el caso de que lleguen las ocho y el susodicho no haya llegado, simular una conversación por celular con él fingiendo comprender totalmente que no pueda venir porque su madre está internada de urgencia por una fractura de cadera…

-         Hola Vicky – levanta la vista y lo encuentra todavía con el traje, y con cara de cansado. Deja la mochila al lado de la silla y se sienta frente a ella, agotado - ¿Ya pediste?

-         No… te estaba esperando – es la primera vez que ella siente vergüenza con él. Y Benjamín lo nota.

-         Ah, bueno – le hace señas al mozo para que se acerque – un cortado y dos medialunas de grasa por favor. ¿Vos que querés, Vi?

-         Eh… una lágrima y dos medialunas dulces.

Los dos se miran porque no saben bien qué decir. El murmullo de alrededor llena el vacío entre ellos. Quieren hablar pero no encuentran las palabras, porque ninguno entiende qué es lo que pasó, o cómo pasó… Una vez que el mozo les alcanza su pedido, Benjamín sorbe un poco de café y apoya los brazos en la mesa. La mira fijo y ella se incomoda un poco, pero no le baja la mirada. Ya dijimos que Victoria es orgullosa.

-         Bueno… Me parece que hay algo que aclarar, ¿no? – Vicky frunce el labio y asiente.

-         Parece que somos aluma y ayudante… - y lo dice con todo el pesar del mundo.

-         ¿Vos sabías? – la mira un poco enojado. Y lo obvio, se siente usado.

-         ¡No! – y ella se asusta porque eso es justamente lo que quiere dejar en claro – por algo puse la cara que puse hoy…

-         Yo nunca me di cuenta… nunca hilé tu edad con el año de la facu… soy un boludo – se agarra la cabeza con las manos y Vicky siente la necesidad de abrazarlo.

-         Basta Benja, ¿Cómo ibas a saber? Ya está – con vergüenza estira su mano y acaricia apenas el brazo de él, que la mira con una media sonrisa.

-         Sí, pero tengo que tener más cuidado con éstas cosas… porque imagino que no es cómodo para vos tampoco.

-         No, no sabía dónde meterme hoy en el aula – se sincera totalmente – igual, quedate tranquilo, sólo le conté a Bianca y ella no va a decir nada. Pongo las manos en el fuego por eso.

-         De… eso te iba a hablar. Estaría bueno que no… le dijeras a nadie. Y ya sé que te va a sonar a egoísta y a hijo de puta, pero corro el riesgo de que me echen de la cátedra por esto y… no da.

-         No pienso eso, Benja. Es… totalmente lógico lo que me pedís – aunque por dentro le duela –y por eso te digo, quedate tranquilo que no voy a decir nada. Hago como que no te conozco…

-         Perdoname, Vicky. Fue una… confusión – y a ninguno le convence ese término.

Él se ofrece para acompañarla hasta el departamento porque le queda de pasada. Ella insiste en que no va a perderse por una cuadra pero Benjamín insiste. Y no por nada es un futuro abogado: es un experto en el arte de convencer.

Ambos intentan descontracturar la situación, pero es casi imposible por dos motivos: uno que ellos conocen, y otro que sólo sé yo, que soy la autora. Está a la vista que los incomoda la, ahora sí relación que los une. Son alumna y profesor y no hay excepción a la regla. No hay forma de escaparle al destino, es un callejón sin salida. Pero además, ambos se miran con ganas de desaparecer, de olvidarse de la triste realidad que tienen y volver a ese sábado, o a ese domingo, donde todo estaba permitido y todo estaba bien.

Benjamín quiere envolverse en su locura una vez más. Porque Victoria lo sacaba de su eje, lo sorprendía a cada instante y con una facilidad envidiable. Y ella no lo sabe, pero las siguientes veces que él salió de parranda  con sus amigos, ninguna chica le llamó la atención de esa manera. Nadie vino a encararlo como ella ni a sonreírle entre angelical y provocadora.

Y Victoria no se queda atrás. Ella nunca admitirá que está hasta la manija con un chico porque desde que cortó con Darío no quiso saber más nada con el amor. Para ella todo era un juego, todo era diversión a corto plazo. Sin nada que la ate a nadie, sin las exigencias de explicaciones o llamadas: ella amaba su libertad. Pero, como sucede en toda historia, con Benjamín fue diferente. Porque sus ojos la bajaron de un hondazo a la realidad, y su sonrisa vergonzosa la terminó de matar de amor. Benjamín era un buen tipo, y eso se notaba a leguas. Y era lo que Vicky necesitaba: alguien que la quisiera bien. Pero, de tan acostumbrada que estaba a jugar con el destino, ésta vez le salió mal. Y se puteó toda la tarde hasta el cansancio por varias razones: desde haber permitido que Bianca se llevara su encendedor y haberse visto en la necesidad de pedirle fuego a un desconocido que resultó ser su ayudante de cátedra, hasta por haberse anotado en esa comisión el año anterior.

Ellos quizás no lo noten, pero hace cinco minutos que llegaron a la puerta del departamento de Victoria y se miran. Ella juega nerviosa con las llaves de su casa – como si no supiera cuál es la que debe usar para abrir la puerta de abajo – y él se revuelve el pelo. Se miran y saben lo que quieren. Se miran y saben que no pueden, que no deben, que es totalmente inadecuado lo que buscan. Porque él es el profesor, y ella la alumna.
Pero – piensa ella – el profe no debería tener esos ojos oscuros que ponen nerviosa a cualquiera, ni ese pelo despeinado que le queda bien sólo a él. Y piensa también que es absolutamente injusto que su ayudante de cátedras tenga semejantes pectorales, y más aún que debido al calor que se siente en marzo en la capital federal lleve los dos primeros botones desprendidos y la corbata en la mochila. Pero el colmo de los colmos es esa boca perfecta… labios gruesos y un rojo manzana… rojo pasión.

Y si vamos a hablar de contradicciones, o de cosas injustas, escuchémoslo a él, que está cautivado con ésta rubia loca desde que se acercó a pedirle fuego. Y qué gran connotación literaria podríamos hacer con eso… pero no, Benjamín está ocupado mirando con atención sus ojos celestes y extremadamente cristalinos, que se pierden un poco entre su flequillos recto. Cree que ya se aprendió de memoria sus curvas peligrosas pero por si acaso vuelve a admirarlas con cautela: Victoria es linda por donde se la mire. Y lo peor: Victoria es cautivadora por donde se la mire. Es casi imposible resistirse a su encanto, a su frescura, a sus diecinueve años llenos de locura, de frenesí. Y piensa que es casi imposible porque quiere mentalizarse en que él tiene que poder. Es una alumna, es una posible razón para que lo echen de la cátedra a la que tanto le costó llegar. Es un obstáculo entre la libertad y las prohibiciones. Pero es tan linda… y lo mira fijo como él a ella.
Benjamín entonces piensa que hay una pequeña, casi mínima posibilidad de que ella esté pensando lo mismo que él. Y que quizás – sólo quizás – ella también este reprimiendo sus instintos. Como él, como debe ser, como tiene que hacer.  La mira y por primera vez, siente que ella no sabe qué hacer. Y lo mira, como esperando algo. Alguna señal, algún gesto… algo que haga que su debate interno termine de una vez. Benjamín sabe que juega con fuego. Y qué curioso, el fuego los unió y en el fuego quizás terminen incinerados.

Él se acerca despacio, con cautela. Sabe que tiene que irse. En principio porque tiene varias cosas que hacer, pero además porque es peligroso que se quede. Y todo razonamiento vale hasta que llega a una distancia prudencial pero que le permite sentir su perfume. Esos aromas bien de mujer que te enceguecen por completo, que obstaculizan cualquier pensamiento que atraviese tu mente. Respira y quiere contenerse. Respira y cuenta hasta uno… dos, y no puede llegar al tres. Instintivamente la toma de la cintura y la aprieta a su cuerpo. La besa con pasión y la deja sin palabras. Le late el corazón a mil por hora, erráticamente. Se putea internamente porque sabe que no puede, sabe que se está metiendo en problemas. Pero la besa, y no la quiere soltar. Y Victoria claramente no quiere soltarse, porque ya cruzó sus brazos detrás del cuello del chico y amolda su boca a la de Benjamín.

No saben qué es lo que los hace necesitarse tanto, pero no les importa porque lo dejan ser. Quizás sea simplemente ese gustito distinto que tiene lo prohibido, o tal vez haya algo más. No lo averiguaran ahora, claro está. Victoria está ocupada intentando abrir la puerta sin dejar de besarlo. Y Benjamín se ríe para no llorar. No sabe por qué hace lo que hace, simplemente lo hace. Por eso Vicky no se sorprende cuando tras cerrarse la puerta del ascensor él la besa de nuevo. Con iguales o más ganas que antes. Como si quisiera llenarse de ella lo máximo posible. Victoria está acorralada entre la pared y él, y los únicos sonidos que acompañan el momento son sus respiraciones agitadas y los pip del ascensor cada vez que pasa un piso más.

Caminan como pueden hasta la puerta del departamento de Vicky. Y nuevamente el temita de la puerta, que lo pone tan nervioso que termina abriéndola él – aunque si fuese por él, la habría tirado abajo. No quería saber nada de obstáculos en ese momento. Ella lo guía porque el departamento es terreno desconocido para él. Y para cuando los dos se caen en el sillón del living ella ya no tiene su saco y los zapatos de él quedaron en el camino. Tanta sed de besos tienen que respiran entrecortadamente y sin despegar sus rostros. Se besan como si fuera la última vez que puedan hacerlo – porque tal vez lo es.

Y Benjamín la mira y sonríe, porque no pueden ser tan distintos. Ella rubia y él morocho. Ella desfachatada y él un poco más estructurado. Ella alumna y él profesor. Y vuelve a caer en la realidad cuando su camisa ya está en el piso y la remera de ella está en camino a eso. Entonces se frena, y la mira. Siente un vacío en el pecho y la mira, porque es imposible no hacerlo. Respira con dificultad porque está agitado y se maquina. Sus recuerdos vuelven una y otra vez. La fiesta, el boliche, el alcohol, el patio, la gente, ella. De las cientos de personas que fueron a bailar esa noche solo ella se le acercó. Sólo ella lo hipnotizó y lo divirtió a sobremanera. Ella. La facultad, el aula, las listas, los alumnos, la asistencia… ella. De los miles de alumnos que tiene la facultad de Ciencias Políticas, de entre las quince comisiones de Constitucional que existen, en la suya tuvo que inscribirse. Parecía apropósito. Como si todo estuviera dado para que no dejaran de cruzarse. O quizás para que empezaran a alejarse. Todo se contradice con todo, nada tiene sentido.

Él sigue respirando agitado y vuelve a toparse con esos ojos celestes, que ahora lo miran preocupados. Vicky no sabe qué hacer, de nuevo. Lo jodido es que él tampoco.

-         Perdoname, no… - se odia internamente. No quiere ser así con ella, pero así le sale – yo no… no, no puedo. No… no puedo.
Victoria no puede reaccionar. Lo mira confundida mientras él vuelve a ponerse la camisa con velocidad y se calza los zapatos. No sabe qué decirle, si pedirle que vuelva, si putearlo por imbécil. Sabe en el aprieto que se están metiendo, pero no puede contener sus ganas de estar con él. Y le hubiese encantado que Benjamín se volteara a mirarla antes de desaparecer por la puerta, pero no lo hizo. No podía, aunque ella no lo sepa. Una mirada más de esos faroles cristalinos y jamás volvería a tener cordura. De eso estaba seguro. Así como estaba seguro de que se estaba portando como un reverendo imbécil. No se juega así con las mujeres, se repite mil veces en el camino a su departamento. Y está tan confundido, tan perdido que simplemente se deja caer en su cama. Y le pega con fuerza al almohadón, y se putea en voz alta. No sabe qué hacer, ya no entiende de lógica. No porque no quiera, si no porque sus instintos – y su corazón, aunque quizás él no lo admita – le dicen una cosa y la mente le dice otra. Y se siente rehén de sus propios pensamientos.

Se baña para sacarse todo eso de la cabeza. Para poder relajarse y tirarse en el sillón a mirar televisión. Cualquier cosa con tal de despejar la mente, de no pensar en Victoria. Pero no puede, porque todo la lleva a ella. Y sí, ellos son la contradicción permanente. La pareja más dispareja. Pero, ¿no dicen acaso, que los opuestos se atraen?

un franciscano, con la biblia en una mano
y en la otra, un libro de platon
la fe contra la razon...
la sensacion de darle rienda suelta
al corazon, sin una previa vuelta
desperta, que ponga el freno de mano
asi podes llegar entero al mano a mano
con la vida...


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