V.
Contradicción
El bar de la esquina está lleno de gente, en su mayoría abogados
que se encuentran con clientes para discutir detalles de sus casos. La razón de
esa calidad de gente es que Victoria vive cerca de tribunales, entonces los
doctores son habitués del barrio. De todas maneras, poco importa eso a la
historia. Después de todo, la persona a la que ella espera no es un abogado
todavía, aunque esté en sus planes serlo. Revisa su celular cada cinco
milisegundos. Si hay algo que odia es estar sola y que el mozo se le acerque a
tomarle el pedido. Nunca sabe qué hacer. “Estoy
esperando a alguien” con su mejor
cara de póker. Y lo putea internamente, claro. Son ocho menos veinticinco y
Benjamín no llegó al bar. No puede levantarse e irse porque ya se vendió con el
mozo, aunque peor sería estar ahí dos horas seguidas y que nadie llegue jamás.
Quizás lo mejor sea pedirse un café y, en el caso de que lleguen las ocho y el
susodicho no haya llegado, simular una conversación por celular con él
fingiendo comprender totalmente que no pueda venir porque su madre está
internada de urgencia por una fractura de cadera…
-
Hola
Vicky – levanta la vista y lo encuentra todavía con el traje, y con cara de
cansado. Deja la mochila al lado de la silla y se sienta frente a ella, agotado
- ¿Ya pediste?
-
No…
te estaba esperando – es la primera vez que ella siente vergüenza con él. Y
Benjamín lo nota.
-
Ah,
bueno – le hace señas al mozo para que se acerque – un cortado y dos medialunas
de grasa por favor. ¿Vos que querés, Vi?
-
Eh…
una lágrima y dos medialunas dulces.
Los dos se miran porque no saben bien qué decir. El murmullo de
alrededor llena el vacío entre ellos. Quieren hablar pero no encuentran las
palabras, porque ninguno entiende qué es lo que pasó, o cómo pasó… Una vez que
el mozo les alcanza su pedido, Benjamín sorbe un poco de café y apoya los
brazos en la mesa. La mira fijo y ella se incomoda un poco, pero no le baja la
mirada. Ya dijimos que Victoria es orgullosa.
-
Bueno…
Me parece que hay algo que aclarar, ¿no? – Vicky frunce el labio y asiente.
-
Parece
que somos aluma y ayudante… - y lo dice con todo el pesar del mundo.
-
¿Vos
sabías? – la mira un poco enojado. Y lo obvio, se siente usado.
-
¡No!
– y ella se asusta porque eso es justamente lo que quiere dejar en claro – por
algo puse la cara que puse hoy…
-
Yo
nunca me di cuenta… nunca hilé tu edad con el año de la facu… soy un boludo –
se agarra la cabeza con las manos y Vicky siente la necesidad de abrazarlo.
-
Basta
Benja, ¿Cómo ibas a saber? Ya está – con vergüenza estira su mano y acaricia
apenas el brazo de él, que la mira con una media sonrisa.
-
Sí,
pero tengo que tener más cuidado con éstas cosas… porque imagino que no es
cómodo para vos tampoco.
-
No,
no sabía dónde meterme hoy en el aula – se sincera totalmente – igual, quedate
tranquilo, sólo le conté a Bianca y ella no va a decir nada. Pongo las manos en
el fuego por eso.
-
De…
eso te iba a hablar. Estaría bueno que no… le dijeras a nadie. Y ya sé que te
va a sonar a egoísta y a hijo de puta, pero corro el riesgo de que me echen de la
cátedra por esto y… no da.
-
No
pienso eso, Benja. Es… totalmente lógico lo que me pedís – aunque por dentro le
duela –y por eso te digo, quedate tranquilo que no voy a decir nada. Hago como
que no te conozco…
-
Perdoname,
Vicky. Fue una… confusión – y a ninguno le convence ese término.
Él se ofrece para acompañarla hasta el departamento porque le
queda de pasada. Ella insiste en que no va a perderse por una cuadra pero
Benjamín insiste. Y no por nada es un futuro abogado: es un experto en el arte
de convencer.
Ambos intentan descontracturar la situación, pero es casi
imposible por dos motivos: uno que ellos conocen, y otro que sólo sé yo, que
soy la autora. Está a la vista que los incomoda la, ahora sí relación que los
une. Son alumna y profesor y no hay excepción a la regla. No hay forma de
escaparle al destino, es un callejón sin salida. Pero además, ambos se miran
con ganas de desaparecer, de olvidarse de la triste realidad que tienen y
volver a ese sábado, o a ese domingo, donde todo estaba permitido y todo estaba
bien.
Benjamín quiere envolverse en su locura una vez más. Porque
Victoria lo sacaba de su eje, lo sorprendía a cada instante y con una facilidad
envidiable. Y ella no lo sabe, pero las siguientes veces que él salió de parranda con sus amigos, ninguna chica le llamó la
atención de esa manera. Nadie vino a encararlo como ella ni a sonreírle entre
angelical y provocadora.
Y Victoria no se queda atrás. Ella nunca admitirá que está hasta
la manija con un chico porque desde que cortó con Darío no quiso saber más nada
con el amor. Para ella todo era un juego, todo era diversión a corto plazo. Sin
nada que la ate a nadie, sin las exigencias de explicaciones o llamadas: ella
amaba su libertad. Pero, como sucede en toda historia, con Benjamín fue
diferente. Porque sus ojos la bajaron de un hondazo a la realidad, y su sonrisa
vergonzosa la terminó de matar de amor. Benjamín era un buen tipo, y eso se
notaba a leguas. Y era lo que Vicky necesitaba: alguien que la quisiera bien.
Pero, de tan acostumbrada que estaba a jugar con el destino, ésta vez le salió
mal. Y se puteó toda la tarde hasta el cansancio por varias razones: desde
haber permitido que Bianca se llevara su encendedor y haberse visto en la
necesidad de pedirle fuego a un desconocido que resultó ser su ayudante de
cátedra, hasta por haberse anotado en esa comisión el año anterior.
Ellos quizás no lo noten, pero hace cinco minutos que llegaron a
la puerta del departamento de Victoria y se miran. Ella juega nerviosa con las
llaves de su casa – como si no supiera cuál es la que debe usar para abrir la
puerta de abajo – y él se revuelve el pelo. Se miran y saben lo que quieren. Se
miran y saben que no pueden, que no deben, que es totalmente inadecuado lo que
buscan. Porque él es el profesor, y ella la alumna.
Pero – piensa ella – el profe no debería tener esos ojos oscuros
que ponen nerviosa a cualquiera, ni ese pelo despeinado que le queda bien sólo
a él. Y piensa también que es absolutamente injusto que su ayudante de cátedras
tenga semejantes pectorales, y más aún que debido al calor que se siente en
marzo en la capital federal lleve los dos primeros botones desprendidos y la
corbata en la mochila. Pero el colmo de los colmos es esa boca perfecta… labios
gruesos y un rojo manzana… rojo pasión.
Y si vamos a hablar de contradicciones, o de cosas injustas,
escuchémoslo a él, que está cautivado con ésta rubia loca desde que se acercó a
pedirle fuego. Y qué gran connotación literaria podríamos hacer con eso… pero
no, Benjamín está ocupado mirando con atención sus ojos celestes y
extremadamente cristalinos, que se pierden un poco entre su flequillos recto.
Cree que ya se aprendió de memoria sus curvas peligrosas pero por si acaso
vuelve a admirarlas con cautela: Victoria es linda por donde se la mire. Y lo
peor: Victoria es cautivadora por donde se la mire. Es casi imposible
resistirse a su encanto, a su frescura, a sus diecinueve años llenos de locura,
de frenesí. Y piensa que es casi imposible porque quiere mentalizarse en que él
tiene que poder. Es una alumna, es una posible razón para que lo echen de la
cátedra a la que tanto le costó llegar. Es un obstáculo entre la libertad y las
prohibiciones. Pero es tan linda… y lo mira fijo como él a ella.
Benjamín entonces piensa que hay una pequeña, casi mínima
posibilidad de que ella esté pensando lo mismo que él. Y que quizás – sólo
quizás – ella también este reprimiendo sus instintos. Como él, como debe ser,
como tiene que hacer. La mira y por
primera vez, siente que ella no sabe qué hacer. Y lo mira, como esperando algo.
Alguna señal, algún gesto… algo que haga que su debate interno termine de una
vez. Benjamín sabe que juega con fuego. Y qué curioso, el fuego los unió y en
el fuego quizás terminen incinerados.
Él se acerca despacio, con cautela. Sabe que tiene que irse. En
principio porque tiene varias cosas que hacer, pero además porque es peligroso
que se quede. Y todo razonamiento vale hasta que llega a una distancia
prudencial pero que le permite sentir su perfume. Esos aromas bien de mujer que
te enceguecen por completo, que obstaculizan cualquier pensamiento que
atraviese tu mente. Respira y quiere contenerse. Respira y cuenta hasta uno…
dos, y no puede llegar al tres. Instintivamente la toma de la cintura y la
aprieta a su cuerpo. La besa con pasión y la deja sin palabras. Le late el
corazón a mil por hora, erráticamente. Se putea internamente porque sabe que no
puede, sabe que se está metiendo en problemas. Pero la besa, y no la quiere
soltar. Y Victoria claramente no quiere soltarse, porque ya cruzó sus brazos
detrás del cuello del chico y amolda su boca a la de Benjamín.
No saben qué es lo que los hace necesitarse tanto, pero no les
importa porque lo dejan ser. Quizás sea simplemente ese gustito distinto que
tiene lo prohibido, o tal vez haya algo más. No lo averiguaran ahora, claro
está. Victoria está ocupada intentando abrir la puerta sin dejar de besarlo. Y
Benjamín se ríe para no llorar. No sabe por qué hace lo que hace, simplemente
lo hace. Por eso Vicky no se sorprende cuando tras cerrarse la puerta del
ascensor él la besa de nuevo. Con iguales o más ganas que antes. Como si
quisiera llenarse de ella lo máximo posible. Victoria está acorralada entre la
pared y él, y los únicos sonidos que acompañan el momento son sus respiraciones
agitadas y los pip del ascensor cada
vez que pasa un piso más.
Caminan como pueden hasta la puerta del departamento de Vicky. Y
nuevamente el temita de la puerta, que lo pone tan nervioso que termina
abriéndola él – aunque si fuese por él, la habría tirado abajo. No quería saber
nada de obstáculos en ese momento. Ella lo guía porque el departamento es
terreno desconocido para él. Y para cuando los dos se caen en el sillón del
living ella ya no tiene su saco y los zapatos de él quedaron en el camino. Tanta
sed de besos tienen que respiran entrecortadamente y sin despegar sus rostros.
Se besan como si fuera la última vez que puedan hacerlo – porque tal vez lo es.
Y Benjamín la mira y sonríe, porque no pueden ser tan distintos.
Ella rubia y él morocho. Ella desfachatada y él un poco más estructurado. Ella
alumna y él profesor. Y vuelve a caer en la realidad cuando su camisa ya está
en el piso y la remera de ella está en camino a eso. Entonces se frena, y la
mira. Siente un vacío en el pecho y la mira, porque es imposible no hacerlo.
Respira con dificultad porque está agitado y se maquina. Sus recuerdos vuelven
una y otra vez. La fiesta, el boliche, el alcohol, el patio, la gente, ella. De
las cientos de personas que fueron a bailar esa noche solo ella se le acercó.
Sólo ella lo hipnotizó y lo divirtió a sobremanera. Ella. La facultad, el aula,
las listas, los alumnos, la asistencia… ella. De los miles de alumnos que tiene
la facultad de Ciencias Políticas, de entre las quince comisiones de
Constitucional que existen, en la suya tuvo que inscribirse. Parecía
apropósito. Como si todo estuviera dado para que no dejaran de cruzarse. O
quizás para que empezaran a alejarse. Todo se contradice con todo, nada tiene
sentido.
Él sigue respirando agitado y vuelve a toparse con esos ojos
celestes, que ahora lo miran preocupados. Vicky no sabe qué hacer, de nuevo. Lo
jodido es que él tampoco.
-
Perdoname,
no… - se odia internamente. No quiere ser así con ella, pero así le sale – yo
no… no, no puedo. No… no puedo.
Victoria no puede reaccionar. Lo mira confundida mientras él
vuelve a ponerse la camisa con velocidad y se calza los zapatos. No sabe qué
decirle, si pedirle que vuelva, si putearlo por imbécil. Sabe en el aprieto que
se están metiendo, pero no puede contener sus ganas de estar con él. Y le
hubiese encantado que Benjamín se volteara a mirarla antes de desaparecer por
la puerta, pero no lo hizo. No podía, aunque ella no lo sepa. Una mirada más de
esos faroles cristalinos y jamás volvería a tener cordura. De eso estaba
seguro. Así como estaba seguro de que se estaba portando como un reverendo
imbécil. No se juega así con las mujeres,
se repite mil veces en el camino a su departamento. Y está tan confundido, tan
perdido que simplemente se deja caer en su cama. Y le pega con fuerza al
almohadón, y se putea en voz alta. No sabe qué hacer, ya no entiende de lógica.
No porque no quiera, si no porque sus instintos – y su corazón, aunque quizás
él no lo admita – le dicen una cosa y la mente le dice otra. Y se siente rehén de
sus propios pensamientos.
Se baña para sacarse todo eso de la cabeza. Para poder relajarse y
tirarse en el sillón a mirar televisión. Cualquier cosa con tal de despejar la
mente, de no pensar en Victoria. Pero no puede, porque todo la lleva a ella. Y sí,
ellos son la contradicción permanente. La pareja más dispareja. Pero, ¿no dicen
acaso, que los opuestos se atraen?
un franciscano, con la biblia en una mano
y en la otra, un libro de platon
la fe contra la razon...
la sensacion de darle rienda suelta
al corazon, sin una previa vuelta
desperta, que ponga el freno de mano
asi podes llegar entero al mano a mano
con la vida...
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