
Music's in my soul, I can heard it every day, and every night.
Muchas veces nos sentimos atrapados en nuestra propia realidad. Creemos que las cosas nos pasan sólo a nosotros, y eso nos desespera. Historiales del Día a Día muestra distintas historias, distintas realidades, distintas posiciones ante la vida. Una variedad de experiencias para sentirnos identificados.
Te levantas con el mejor humor del mundo aunque sean las seis de la mañana. Tu compañera de cuarto no está porque ya se fue, así que saltas de la cama-que es cucheta- y prendes la luz. Buscas tu taza, y vas para la cocina. La llenas de leche y la metes dos minutos en el microondas. Mientras esperas el ruidito que te indica que está listo, volves al cuarto para prender la tele – no soportas el silencio- y sacas el frasco de café que ya está por acabarse, y el de edulcorante- la gran ciudad te había contagiado esa costumbre-.
Cuando escuchas el bip buscas la taza, preparas el café y lo acompañas con dos magdalenas caseras que te hizo tu tía. Escuchas el noticiero de la mañana y los nervios empiezan a brotar. Juntas todo y lo dejas en la cocina – ni da lavar los platos a las ahora casi siete de la mañana- buscas tu cartera y el porta mate, te aseguras de tener las monedas para el bondi y cerras la puerta del cuarto.
Bajas los cuatro pisos por la escalera lo más rápido que podes- y casi te cuesta una caída- Salis a la calle y no anda ni el gato. Obvio, pensas. Como el mp3 se te rompió, aprovechas que no hay nadie a tu alrededor y caminas cantando bajito. Llegas a la parada del 111 y asombrosamente viene rápido- pero bueno, recordemos que el día de hoy ya había sido declarado genial por tu inconciente.-
Pones las monedas en la máquina y te reis cuando miras para adelante: viajan sólo cinco personas – y pensar que todos los días, a la misma hora, ese colectivo parece un camión de vacas-
El viaje se hace rápido y te bajas frente a
Subis las seis benditas escaleras despacio y sin protestar, llegas al piso donde está tu aula y ves todo oscuro. Okey, admitilo, te dio un poco de cosa pensar que eras la única boluda que había ido. Pero te tranquilizaste al escuchar las voces de dos de tus compañeras que llegaban detrás tuyo.
Las tres fueron al aula riéndose de ustedes mismas, y tratando de inventar un chamuyo convincente para que la de economía los deje ir antes. Abrieron la puerta y encontraron a otras dos compañeras conversando.
- ¿Vos decís que viene? – siempre tuviste la esperanza de que la profesora se quedara durmiendo.
- La mato si nos deja plantados ¡me quedaba en mi cama, calentita, y desayunando! – Dai vivía lejos y odiaba levantarse temprano.
- Mejor si no viene, encontramos mejores lugares en el Bar – Juli siempre estaba contenta y le buscaba el lado positivo a todo.
En la mitad de su debate llegaron dos compañeras con cara de dormidas. Los presentes aplaudieron el nuevo look de una de ellas, y quisieron saber de la noche anterior – porque facebook avisó que ellas dos y otras compañeras irían a un bar a pasar un buen rato-. El problema surgió cuando una de ellas se sacó el saco y dejó al descubierto la camiseta que tenía puesta.
- ¡No, Luly, no! – casi te morís de un infarto. Eras exagerada - ¡la camiseta no, es yeta! – todos rieron.
Ella dio una vueltita y también se rió de tu superstición. Después se unió a su charla/debate sobre la hora de economía.
A eso de las ocho, y después del arribo de sólo dos compañeros del sexo masculino, decretaron que habían esperado mucho tiempo, y que daban por supuesto que la profe no venía. Solución: corrieron al bar para tener los mejores asientos.
Encontraron una mesa justo en frente del TV, así que vos sacaste tu mate para acompañar la previa. Mientras muchas se desvivían por Paoloski, vos estabas atenta a todo, y pedías escandalizada que subieran el volumen de la tele – o en su defecto, que hablaran más bajo, ¡no se puede ver un partido así, che!-
Finalmente, tu reloj marcaba las ocho y media en punto, y los empleados del bar aparecieron totalmente vestidos de celeste y blanco, y equipados con trompetas, matracas, y todo objeto que realizara un poco de ruido – supiste que si en Argentina hubiera vuvuzelas, ellos habrían tenido una también-
Miraste atenta la tele, y te estremeciste al escuchar la voz del Pollo Vignolo que anunciaba que estaba todo listo. Sonreíste como idiota y te comiste las gastadas de tus compañeros de mesa. Escuchaste atenta las formaciones de ambos equipos, y te reíste con el montón al escuchar los apellidos coreanos – que según uno de tus amigos, eran todos iguales-
Soltaste un gritito ahogado cuando apareció Masche en la pantalla, saludándose con Maradona. La gente empezó a aplaudir y vos los imitaste. Buscaste entre el gentió – el de la tele, no el del bar- a esa persona que tenías tantas ganas de ver. Fueron desfilando Higuaín, Demichelis, Jonas, y sentiste miedo de que no lo hayan puesto de titular. Sacudiste tu cabeza porque era absurdo: era el mejor, y estaba anunciado en las posiciones.
Cuando dejaste de pensar boludeces fue que lo viste. Y gritaste, obvio. Con su metro sesenta y pico, su pelo castaño corto, sus ojos profundos y mirada seria. Viste como saludaba a su DT y dejaba al descubierto el diez de su espalda. Aplaudiste como nena porque lo amabas con todo tu ser.
Escuchaste el comienzo del himno, y lo coreaste como casi todos los presentes – en tu facultad siempre había alguien que creía que eso era de barrabrava y merecía deportación- Empezó Argentina-Corea y trataste de abstraerte de todos los comentarios a tu alrededor: para vos era ley no hablar durante un partido, pero tenías que adaptarte a la circunstancia de estar en un bar.
Gritaste el primer gol con toda tu garganta, y te reíste del pobre coreano que quería pegarse un tiro ahí nomas. Tuviste que soportar que genteconceroculturafutbolistica te discutiera que el gol era de Heinze. Sonreíste triunfante cuando vieron el replay, y el rebote en la pierna coreana.
El entretiempo llegó con tu cambio de humor. Odiaste a Demichelis con todo tu ser, aunque te dio pena su cara de mequieromoriraca.
Los mates y las críticas llenaron los quince de descanso. Le explicaste a un compañero, que poco entendía, qué era el offside y quién era nuestro arquero. Recibiste gastadas porque tu protegido no había hecho un gol, pero vos lo defendiste a capa y espada: con Messi nadie se metía.
Llegó el segundo tiempo y sufriste los primeros diez minutos: parecía que los jugadores coreanos habían tomado Red Bull y tenían alas, porque más que correr, volaban al arco Argentino. Agradeciste tener a Romero y a un Demichellis un poco más despierto. Y obvio, agradeciste a tu Pulga que siempre tiene un as bajo la manga y lleva las jugadas que terminaron con el segundo gol de la fecha, el primero del Pipita. El bar estalló en gritos, ruidos, cantos, aplausos y declaraciones de amor hacia Higuaín. Ocurrió exactamente lo mismo en los dos goles siguientes, pero vos y una amiga coincidieron en algo: el segundo de Pipita era de Messi.
El árbitro decretó el fin del partido y todo fue fiesta. Mientras todos hablaban entre ellos, comentaban el partido o se quejaban porque tenían hambre – de mas está aclarar que los empleados del bar no atendieron a nadie en esos 90 minutos- vos te quedaste mirando la pantalla. Lo viste feliz, abrazandose con Diego como si fuera su padre, y sonreíste como idiota. Sí, lo amabas con toda tu alma. Sí, sabías que eso en la lógica de cualquiera no era normal. Sí, deseabas con toda tu alma estar en Sudáfrica y poder alentarlo como tantos. Sí, odiaste a todas esas pendejas que pusieron en facebook su foto como de perfil sin tener la mas mínima idea de su vida. Sí, sabias que aunque cobrara doscientos pesos por mes lo amarías igual. Porque lo admirabas de verdad. Porque harías cualquier cosa por abrazarlo- incluso tirarte de un palco, pero esa idea ya la usaron y no funcionó- Porque aunque todo el mundo lo alabe él se queda en el molde y se dedica a jugar. Porque el es tu Maradona. Tu Messias. Tu pulguita. Porque sabes que va a ganar todas las batallas que luche. Porque sabes que la gente y la suerte lo acompañan. Porque sabes que para vos, Messi no es una moda de selección, es pura y auténtica pasión.
Oye a tu Dios y, no estarás solo
Llegaste aquí para brillar, lo tienes todo.
La hora se acerca, es el momento:
Vas a ganar cada batalla, ya lo presiento.
Estabas parada en la puerta de su casa con tu pantalón tiro alto y tu camisa cincuentona. Esperabas ansiosa que te abra porque tenías un poco de frío. Cuando lo hizo se te dibujó una sonrisa sincera en el rostro, y lo abrazaste fuerte- como cada vez que lo veías-. Te invitó a pasar y automáticamente te dirigiste al living. Su casa era la tuya y viceversa, y eso no cambiaría nunca.
Sonreíste cuando llegaste y viste la computadora prendida y un videojuego en pausa en la pantalla, porque tenía dieciocho pero hacía las mismas cosas que a los trece cuando lo conociste.
Él también se hizo presente en la habitación, y no obvió – como cada vez – darte una palmadita cerca del cuello, donde tenías tatuado – no de casualidad – lo mismo que él en la muñeca.
Prácticamente te echó de la silla para poder seguir con su jueguito. Lástima que sin querer apretaste el botón de escape y se cerró. Te miró con ganas de estrangularte, pero tu sonrisa de nena buena le recordó que eras su mejor amiga y que a vos todo se te perdonaba.
Esperaron al resto de sus amigos charlando de la vida. De su futuro ingreso a
El resto se hizo presente, y después de brindar porque era jueves a la noche y ustedes eran amigos, emprendieron viaje – a pie – al bar en donde tu mejor amiga festejaba su cumpleaños.
Entraste ya bailando junto a los otros dos miembros femeninos del grupo, y esperaste a que él y tus otros dos amigos las alcanzaran.
Te encargaste de buscar con la mirada a tu amiga, pero no la encontraste, así que decidiste perderte en la multitud para localizarla.
Medio minuto después de haber movilizado tu cuerpo él estaba atrás tuyo para acompañarte, porque no le gustaba dejarte sola en esos lugares – “¡mirá si te pasa algo y yo no estoy para trompear al responsable!”-. Recorrieron la mitad del bar entre canciones y saludos a conocidos hasta que la encontraste y la abrazaste fuerte – aunque no tanto como a él- le deseaste un feliz cumpleaños y le preguntaste por su nuevo candidato – facebook te había informado esa misma tarde que ella tenía una relación nueva y había osado no contarte nada-.
Él se aclaró la garganta dándote a entender que él también quería saludarla y rogándote que dejaras tu charla de peluquería para otro momento porque sino los agarraba la madrugada.
Lo dejaste abrazarla- pero no tan fuerte como a vos- y arreglaste con ella una tarde de chusmeríos y mates para la tarde siguiente.
Te agarró la mano – porque perder a una persona tan pequeña como vos en la multitud no requería de mucho esfuerzo- y te llevó hasta donde estaban todavía sus amigos.
Vos y tus amigas se dedicaron exclusivamente a mover el esqueleto. Ellos al principio se coparon, y después de un rato empezaron a echar raíces en las mesitas cerca de la barra.
Un flaco que revoloteaba cerca de ustedes sacó a bailar a tu amiga, y vos y la otra se dirigieron – ni lerdas ni perezosas- hacia donde estaban sus amigos. La realidad es que a vos bailar con un desconocido y soportar que te explique por qué sos la mujer perfecta para él, te recite una lista de piropos patéticamente conseguidos luego de mandar un sms al 2020, consiga lo que quiere y te abandone cual paquete en el medio de la pista, no te atraía en lo más mínimo.
Te sentaste para descansar un poco las piernas y le robaste a él un poco de su trago.
Eras una persona inquieta, así que cinco minutos después de haberte sentado querías dar una vuelta para ver quién está. Nuevamente, medio segundo después de que te paraste él estaba detrás de vos dispuesto a seguirte hasta el infinito y mas allá.
Esta vez lo abrazaste por la cintura, él pasó su mano por tu hombro y caminaron abriéndose paso entre la gente. ¡Te sentías tan bien con él! Era la única persona en la faz de la tierra capaz de transmitirte una paz increíble tan sólo mirándote a los ojos. Con él nada te resultaba peligroso o aterrador. Era la única persona que tenía permiso vitalicio para darte vuelta la vida. Nunca entendiste – ni entendes- por qué es que lo amas tanto.
La vuelta terminó en la otra barra del boliche, donde él se encargó de pedir – sin que se lo dijeras por supuesto – dos medidas de licor y un energizante. Su rutina de todos los sábados – o jueves- de bar.
Con tu trago en la mano le sonreíste mirándolo a los ojos y sentiste como tu corazón latía un poco más apresurado. ¡Lo querías tanto! Nunca habías podido explicar con palabras lo que te producía su simple presencia. Claramente, él se había convertido en tu oxígeno, y amabas que eso fuera así.
Después de revisar su celular se volvió a mirarte – vos ya estabas cómodamente sentada en un banco alto – y se rió porque sólo así tu cabeza quedaba a la altura de la de él. Te recordó que quería hablar con vos de algo, y lo alentaste a que lo hiciera porque la intriga te mataba.
Vos sabías que él te amaba incondicionalmente como vos a él. Y tenías bien en claro que por él dabas la vida y un poco más – y sabías también, que eso era un sentimiento mutuo-.
Lo que evidentemente no sabías – y quizas, por eso no tuviste reacción alguna por dos minutos seguidos- que ese jueves en la noche, en el cumpleaños de tu mejor amiga, en el bar de siempre y siguiendo la misma rutina, ibas a descubrir que su cara vista de cerca era más perfecta que cualquiera con la que te hayas topado, o que sus ojos reflejaban sentimientos más profundos que los que vos solías ver. No sabías hasta ese momento que sus manos le resultaban tan suaves a tu tacto, ni que su boca podía amoldarse perfectamente a la tuya.
Descubriste en ese instante, que sus besos serían una completa adicción para tu organismo, y él dejaría de ser tu aire para convertirse en tus pulmones.
Jamás imaginaste, en tus diecinueve años de vida, que la amistad y el amor podían congeniarse en una misma persona – y menos aún, que serías vos la privilegiada a la que ese ser tan perfecto y real estaría besando un jueves a la noche, en el bar de siempre, en la mitad del cumpleaños de tu mejor amiga-.
Cuando te separaste de él – no porque quisieras hacerlo, sino porque el que él fuera tu aire lamentablemente era una metáfora, y el oxígeno real tenía que ingresar a tu organismo- lo miraste entre sorprendida y enamorada. Él te abrazó y te prestó su pecho para que colocaras tu cabeza y escucharas cómo los latidos de su corazón intentaban alcanzar la velocidad de un cohete. Te besó la frente y te susurró que te amaba. Pero esta vez fue distinta.
Distinta porque habías dejado de ser su mejor amiga. Distinta porque ahora eras su amor. Distinta porque fue la primera vez que sus amigos los vieron abrazados y pidieron explicaciones. Distinta porque tu sonrisa había pasado de ser sincera y divertida, para ser enamorada y pícara. Distinta porque desde ese momento comprendiste que no querías vivir tu vida lejos de él. Distinta porque tenías en claro que lo amabas de otra manera. Distinta porque nunca las palabras que ambos tenían tatuadas, habían significado tanto: eternidad.